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Entradas

De bestias

Es una mariposa grande, llamativamente grande. Tan grande que de lejos podría confundirse con un pájaro pequeño, con un gorrión. O con un murciélago. Si, con un murciélago. Sus alas se parecen más a las de un murciélago. Un murciélago multicolor y de movimientos sutiles. De lejos. De cerca es un monstruo, con una trompa enrollada, antenas y ojos facetados, un cuerpo alargado, patas increíbles y esas alas de una envergadura imposible. Un auténtico monstruo volador. Es un tigre pequeño. Pequeño para tigre. Cómo gato sería un desastre. Si saltara sobre la mesa de la cocina la destrozaría por su peso. O si se acurrucara en la falda de Mabel y se le ocurriera ronronear su rugido se escucharía desde la planta baja. Tiene las zarpas del tamaño de un peluche pequeño y los dientes fuertes como cinceles. Su pelaje blanco parece plateado en la luz de la tarde. Parece azulado, tornasolado en el crepúsculo. Y las rayas que lo camuflan se tornan grises. Es un tigre pequeño y un gato enorme. Es una...

¿Por qué aquí?

“And you may ask yourself -Well...How did I get here?”  -Talking Heads, Once in a lifetime- Llegué a casa e introduje la llave en la cerradura. Había sido un día complicado. Estaba cansado y enojado. El viaje había sido largo, muy largo. Por alguna razón me costaba tener un recuerdo fresco de por dónde había vagado mi mente en el regreso de mi trabajo, pero tenía la oscura sensación de haber salido por un rato de este mundo, como si hubiera dormido todo el trayecto y aún no terminara de despertar. No llegué a hacer girar el tambor cuando me extrañé frente a la puerta. La madera oscura y trabajada, el pomo de bronce, la cerradura pequeña. Esa no era la puerta de mi casa. Quité la llave y retrocedí unos pasos. El pórtico iluminado estaba enmarcado por dos columnas por las que trepaba una Santa Rita. Las flores fucsia contrastaban con el negro de la noche, iluminadas por dos faroles de hierro forjado. El frontispicio tenía un pequeño alero de vidrio esmerilado que protegía a los vi...

Perfiles

La lagartija de la derecha tiene un perfil penetrante. Toda su cabeza parece querer estar siempre ubicada cinco centímetros más adelante de la posición correcta, por lo que termina arrastrando permanentemente a su cuerpo que hace un esfuerzo desesperado por alcanzarla. Al verla no puedo evitar pensar cuándo se dará cuenta el bendito cuerpo que cada vez que cree alcanzar a la cabeza ésta se vuelve a escapar sin siquiera tener un mínimo instante de tranquilidad. El perfil es agudo, de flecha que sólo apunta hacia adelante aunque adelante pueda ser cualquier dirección hacia la que se dirija la cabeza. El ojo saltón se mueve permanentemente, buscando sobre el hombro para ver cuándo llegará el predador justiciero. Los labios tan finos casi parecen sólo borde retorcido de un cuero mal terminado. No tiene mentón, y sólo cuando lo pienso me doy cuenta de cómo me molesta esa cara sin basamento, parece que todo fuera en dirección hacia la boca finita y larga, que se convierte en el faro que guía...

La carrera

Púas. Hay púas en el piso. No puede avanzarse cuarenta centímetros sin encontrar una púa que sale de la tierra para clavarse en lo que sea. Hay púas altas y afiladas. Hay púas pequeñas y afiladas. Hay púas anchas, hay púas estrechas, pero todas lastiman, desgarran, hieren. La carne sangra cuando la rozan. Es imposible caminar entre las púas, y sin embargo hay que seguir moviéndose, avanzando, yendo vaya Dios a saber a dónde, caminando entre las púas que lastiman, que se oponen, que no perdonan, que parecen ensañarse más a cada paso, como si tuvieran el firme propósito de impedir que pueda seguir, como si cada una fuera una mente malévola empeñada en clavarlo en ese lugar para siempre. Otro paso, uno más corto y ya aparece otra púa lastimando su pie herido, sacando un poco más de sangre a un pie que ya hace rato que deja una huella roja. Un paso más. Un arañazo más, y esta vez lo hace caer. Púas se clavan en sus manos y la sangre brota como el agua en un geiser, explotando y manchando t...

Life

Levantarse, cambiarse -nunca vestirse-, salir, viajar pero sólo por cuarenta minutos y apretado, caminar, llegar, saludar, sentarse, desayunar, empezar. Trabajar, escribir, tirar, volver a escribir, corregir, volver a tirar, escuchar, atender, contestar, volver a escribir, acudir, obedecer, pensar poquito, acotado y por encargo, volver a escribir -frases cortas y sin metáforas-, hablar, escuchar, no profundizar, no comunicar más que lo estrictamente necesario, comer poco, apurado y sin colesterol ni hidratos de carbono, descansar quince minutos por reglamento y sin salir del escritorio, empezar otra vez. Completar planillas, sellar, escribir, pedir autorización, volver a escribir, corregir, presentar, volver a corregir, complacer, volver a presentar, responder, respirar, esperar la hora, quedarse, no cobrar, quedarse un poco más, agradecer, salir, viajar pero sólo por cuarenta minutos y apretado, caminar, llegar, saludar, sentarse, cenar, mirar la tele, discutir pero sólo por oficio, o...
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Hoy vino Clota

Hoy vino Clota. Se sentó un rato, charló mucho y ni intentó dejarme interrumpirla, como siempre. Me contó de los chicos, que la Paula ya había terminado el primario y que iba a empezar el bachillerato. ¡Qué increíble!, todavía tengo la sensación de su cuerpito chiquito riéndose con mis cosquillas; del primer día de jardín, cuando la llevé de la mano y miraba con sus ojazos negros y sin entender demasiado el llanto de los que iban a ser sus compañeritos. Paulita no lloraba. No; nunca tuvo demasiado problema para socializar, para seguir adelante pasara lo que pasare. Por suerte, la verdad que le vino bien, pobre. En cambio Martita, ella sigue haciendo dramas por todo. Como el primer día, y eso que ya pasaron ocho años. Ocho años, la mierda. La verdad que si no fuera por Clota ni me daría cuenta Es que claro, el paso del tiempo se me ha hecho tan ajeno, tan sin sentido... Martita pasó de año. A los tumbos y todo, pero pasó de año. Ojalá consiga un novio que le ponga una sonrisa en esa ca...

Ya no

Ya no soy joven. Ya no soy virgen. Ya no soy estudiante. Ya no soy alumno. Ya no me estoy preparando. Ya no soy proyecto. Ya no puedo ser el nueve de Boca. Ya no quiero ser bombero ni astronauta. Ya no voy a ser alto. Ya no voy a ser petiso. Ya no voy a ser niño prodigio. Ya no voy a ser adolescente conflictuado. Ya no me importa a qué altura tengas las tetas, ni si te gusta el rock, el pop o las baladas. Ya no me fijo en las formas. Ya no protesto. Ya no me parece de vida o muerte usar corbata ni si las medias combinan o no con el sweater. Ya no me gusta tu histeria, no me divierte. Ya no tengo tan claro cuál es el bien y cuál es el mal. Ya no les creo. Ya no tengo opiniones formadas. Ya no me preocupa lo que piensen. Ya no quiero que me jodan. Ya no me interesa quedarme despierto. Ya no me drogo. Ya no me divierte emborracharme. Ya no soporto las resacas. Ya no sueño con la ruta. Ya no tengo mochilas sino valijas. Ya no duermo en el piso. Ya no uso el cajón de coca-cola como mesita d...

Pares y nones

El incesto (que no me escuchen) es un tema recurrente en la familia de mi marido. Mi cuñado, un tipo por demás encantador, vive en pareja con su prima hermana Dolores, la hija de la tía Maruca, la que se fue a México a fines de los setenta peleada con el régimen y con toda la familia. Hace años que están juntos y, según los cuentos familiares, la cosa empezó ya de chiquitos cuando se encontraban en lo de la abuela Matilde para las fiestas familiares y desaparecían juntos por horas y horas. Las tremendas discusiones y peleas que hubo entre mi suegro y su padre nunca hicieron otra cosa que unirlos cada vez más, y para la época en que Maruca se tuvo que ir casi con lo puesto y sin tiempo de despedirse dicen que mi cuñado, apenas un púber por entonces, lloraba por semanas. Es así que cuando volvieron a mediados de los ochenta a nadie le asombró demasiado que esos chicos convertidos en jóvenes (y debo reconocer que mi cuñada está bien buena aún hoy, por lo que me imagino lo que debía ser ha...

Separación

Todo empezó casi como un juego. Un día mis oídos se cansaron de escuchar siempre lo mismo y se alejaron junto con mis orejas a buscar no sé qué sonido distinto. Al principio se iban por unos momentos y volvían enseguida, permitiéndome rescatar lo más importante de las conversaciones. Esto no me molestaba (sabido es que no son muchas las palabras verdaderamente necesarias) pero creo que no simpatizaba a mis interlocutores. Yo disimulaba la ausencia de mis oídos poniendo la mejor cara de atención que podía, pero el problema fue que con el tiempo sus desapariciones fueron haciéndose más prolongadas y mi falta de respuestas más notoria, por lo que algunas personas dejaron de dirigirme la palabra. No le presté demasiada atención al asunto hasta que sucedió lo inevitable: mi brazo izquierdo (me pregunto por qué habrá sido justamente él), envidiando la libertad que gozaban mis oídos, se separó un día de mi hombro y recorrió lentamente mi habitación, tanteando los rincones y jugueteando entre...

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El dique

La pared del dique tiene un ancho de veinte metros y un alto de casi doscientos. Si, es verdad, parece un absurdo pero desde el borde de la barandilla hasta el último bulón del fondo hay doscientos metros de altura. Y eso sin contar los metros que los pilotes se clavan en la roca y penetran buscando el centro de la Tierra. La pared es de cemento gris, sin una sola veta de color. Impresiona en la garganta entre las dos laderas, auténtica prótesis que une las montañas creando continuidad donde antes había un tajo, uniendo desde su construcción lo que siempre estuvo separado. El material desnudo contrasta con el verde de las laderas y separa el silencio del lago arriba del ruido del valle abajo. La compuerta pequeña permite el paso de un río que redujo su caudal en homenaje a la creación de energía. El silencio y la tranquilidad dominan la escena hasta que llega Pablito, con su martillito en el bolsillo del mameluco. Es un martillito pequeño, de cabeza de hierro y mango forrado con goma n...

¡Fiesta!

En los mapas muy detallados figura como un pueblo, pero realmente no son más de una docena de casas arracimadas a lo largo de dos o tres callejas. Son unas casuchas bajas, del mismo color del suelo y de las montañas que se ven al fondo de la meseta, tan cercanas, tan inalcanzables. Todo se tiñe del mismo amarillo del sol, que pega duro desde un cielo insoportablemente limpio. Mucho polvo en verano, mucho polvo en invierno, mucho viento todo el año, ninguna lluvia en décadas. Hasta sus habitantes se mimetizaron con el entorno y tienen la piel dorada y correosa, siempre cubierta por una capa de polvo amarillo. Sus ojos rasgados están surcados de arrugas de tanto entrecerrarlos al resplandor. La nariz les aletea despacio, abriendo y cerrando las narinas para filtrar el aire y eliminar el polvo que se les mete hasta la garganta, baja por su esófago e impregna el estómago. Tanto se les mete que el color dorado parece venirles desde adentro de la piel más que de afuera y casi parece que fuer...