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Perfiles

La lagartija de la derecha tiene un perfil penetrante. Toda su cabeza parece querer estar siempre ubicada cinco centímetros más adelante de la posición correcta, por lo que termina arrastrando permanentemente a su cuerpo que hace un esfuerzo desesperado por alcanzarla. Al verla no puedo evitar pensar cuándo se dará cuenta el bendito cuerpo que cada vez que cree alcanzar a la cabeza ésta se vuelve a escapar sin siquiera tener un mínimo instante de tranquilidad. El perfil es agudo, de flecha que sólo apunta hacia adelante aunque adelante pueda ser cualquier dirección hacia la que se dirija la cabeza. El ojo saltón se mueve permanentemente, buscando sobre el hombro para ver cuándo llegará el predador justiciero. Los labios tan finos casi parecen sólo borde retorcido de un cuero mal terminado. No tiene mentón, y sólo cuando lo pienso me doy cuenta de cómo me molesta esa cara sin basamento, parece que todo fuera en dirección hacia la boca finita y larga, que se convierte en el faro que guía a todo el cuerpo, en la mira que dirige a ese proyectil viscoso, frío y de movimientos sigilosos. Esa boca que apenas se abre para mostrar la lengua bífida que al principio sólo se adivinaba en la velocidad con que se desplegaba para luego ocultarse pero que ahora veo con una claridad notable en una asombrosa cámara lenta de documental. La lengua sube y baja emitiendo chasquidos que nunca había notado pero que sé siempre estuvieron. Es increíble la capacidad de abstracción con la que mi cabeza percibe la verdad mientras la lagartija habla con esa lengua lenta que suelta palabras rápidas mientras su ojo pasa alternadamente de mirar sobre su hombro a mirar al tapir de la izquierda, prácticamente sin pasar por los míos en el corto trayecto.
El tapir podría pensarse como totalmente distinto, un mamífero de pelo que puede parecer lustroso pero que hoy veo claramente sucio. Sin embargo, ahora que lo miro veo ese hocico alargado, rematado en una nariz absurda que nunca podrá ser llamada trompa aunque lo pretenda, esa cabeza triangular en la que la boca se esconde bajo la nariz sin mostrar los dientes habitualmente sucios detrás de los labios marrones. Y entonces pienso que esa cabeza también está apuntando y que, contrariamente a lo que piensa la mayoría de las personas, apunta hacia el mismo lado que la de la lagartija, incluso aunque estén sentados como ahora, uno a cada lado de la mesa con mi silenciosa figura en medio. El ojo del tapir no mira sobre su hombro sino que se pasea nervioso por la superficie de la mesa, subiendo cada tanto a encontrarse con el de su socio en un chispazo rápido que parece inicialar cada hoja del discurso, como si fuera una obligación impuesta por alguno de los dos el aparecer juntos en la responsabilidad del momento. Recién ahora que lo miro de costado me cae la ficha y reconozco qué era lo que siempre me molestó en la figura del tapir: se mueve permanentemente con la cola entre las patas, como si quisiera ocultarle al mundo sus suciedades evidentes. Mirándolo revolverse en la silla me pregunto cómo es posible que haya gente que no lo note, que no vea el andar rastrero, la nariz colgante, la verruga con pelos de su mejilla. ¿Cómo es posible que todavía haya gente que no comprenda que la lagartija y el tapir están juntos en esto porque son el mismo animal vestido con distinta piel? Ahora que los veo de costado me resulta tan claro, que casi casi no podría precisar cuál de los dos dueños de la empresa es el que está hablándome con ese discurso que hoy es increíblemente cristalino.
- Mirá, Ricky. La verdad es que a nosotros nos duele más que a vos, pero lo tuyo tiene que ver con una cuestión de perfil, tu perfil no encaja en la propuesta de negocios de la compañía, y si encajaba en los últimos tres años tenía que ver con que todavía pensábamos con el viejo modelo. Te juro que lo que planteaste el otro día acerca de no reducir los salarios de la gente a tu cargo no tiene nada que ver con esto.



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