Hoy vino Clota. Se sentó un rato, charló mucho y ni intentó dejarme interrumpirla, como siempre. Me contó de los chicos, que la Paula ya había terminado el primario y que iba a empezar el bachillerato. ¡Qué increíble!, todavía tengo la sensación de su cuerpito chiquito riéndose con mis cosquillas; del primer día de jardín, cuando la llevé de la mano y miraba con sus ojazos negros y sin entender demasiado el llanto de los que iban a ser sus compañeritos. Paulita no lloraba. No; nunca tuvo demasiado problema para socializar, para seguir adelante pasara lo que pasare. Por suerte, la verdad que le vino bien, pobre. En cambio Martita, ella sigue haciendo dramas por todo. Como el primer día, y eso que ya pasaron ocho años. Ocho años, la mierda. La verdad que si no fuera por Clota ni me daría cuenta Es que claro, el paso del tiempo se me ha hecho tan ajeno, tan sin sentido... Martita pasó de año. A los tumbos y todo, pero pasó de año. Ojalá consiga un novio que le ponga una sonrisa en esa carita triste. Me la imagino con trompa, mirando desde el fondo de los ojos, como si todo el mundo la asustara un poco. Ya no debe tener las trenzas que no quería soltarse, pero la carita debe ser la misma, un poco más marcada, un poco más oscura. Clota me cuenta siempre, y cuando habla de Martita cambia el tono, dice que le preocupa, que no sabe, que la ve triste...El que anda decididamente jodido es el Alfredo. Claro, siendo el mayor es el que se siente con más responsabilidades. “Estudia y trabaja” dice Clota, y “está muy bien” agrega, sin darse cuenta que a su edad estar muy bien es poder salir de joda y divertirse, no estudiar y trabajar. Pero parece que él no se queja, que además le pone la mejor cara. ¿Cómo será su cara ahora? Nunca lo vi con barba; nunca lo vi con el entrecejo marcado. Según dice la Clota está igual a mi, ¡Ja! Si me viera ahora. Igual a mi, quién puede estar igual a mi...
Me trajo flores Clota, nunca entenderé para qué me trae flores. Que se las lleve a casa y alegre un poco el ambiente, le ponga color y perfume; ¿Yo para qué las quiero? ¿Acaso piensa que voy a olerlas, a sentirlas, a verlas cada mañana cuando el sol las ilumina de costado y brillan las gotas de rocío? Siempre fue cursi Clota. Que se las lleve y se las regale a Martita, que bien le viene un poco de primavera, pero flores para mi...
Habló mucho Clota. Qué cosa, pasa el tiempo y sigue hablando mucho. Viene, acomoda las cosas, se sienta, empieza a hablar y no para. Es raro, ahora la escucho más que antes. Es que la charla me saca un poco de mis pensamientos, que ahora son largos, lentos. A veces no me doy cuenta y paso meses pensando en algo. Es una idea, que discurre lenta hasta que va ocupando todo mi ser. Y toma forma, se une con el entorno y todo el universo se convierte en esa idea y puedo verla desde distintos ángulos y entenderla y aprehenderla y sumergirme en ella y yo también formar parte. Y no es que pienso en grandes ideas. No, ya no tengo noción de diferencia entre grandes ideas y pensamientos banales. No sé, es raro. Hay momentos, por ejemplo, en que pienso en un cardo o en una abeja y de a poco todo lo que pasa por mi mente es la abeja, la veo primero desde afuera, volando entre las plantas y poco a poco me acerco y la voy entendiendo y empiezo a verla cada vez más grande y a llenar con ella mi espacio y mi tiempo y entonces mi idea-abeja se convierte en lo único que ocupa mi universo y empiezo a ver desde adentro de la abeja y vuelo con sus alas y veo con sus ojos y el mundo se percibe como un mundo-abeja y lo único que busco es recoger el polen y empiezo a entender las señales de mis compañeras abejas al volar y ya no pienso en una abeja sino que soy la abeja, me muevo y me relaciono como abeja y ya no me doy cuenta cuánto tiempo vivo como abeja, es que el tiempo ya no se mide igual que antes. A veces pasan meses en segundos y otras segundos en meses, y yo ya no tengo ningún interés en medirlo. Y cuando dejo de ser abeja tampoco entiendo demasiado bien por qué abandono esa idea ni cuánto pasa hasta que empiezo a pensar en otra cosa, pero siempre me queda una sensación de que algún día no voy a dejar de pensar en la abeja o en el cardo o en lo que sea y entonces voy a ser eso para siempre. O por un tiempo, es que siempre es un concepto tan difícil de sostener desde aquí, tan relativo y superfluo, tan lejano a la verdadera eternidad.
Y entonces viene Clota, y su regularidad me trae de vuelta a la idea de fechas, de aniversarios, de cumpleaños, de medidas ínfimas y mezquinas de los momentos, y me trae risas y recuerdos de afectos y caras y expresiones y colores y olores. Y me trae flores, invariablemente me trae flores: fresias en mi cumpleaños, rosas en nuestro aniversario y calas en el día de los muertos.
Me trajo flores Clota, nunca entenderé para qué me trae flores. Que se las lleve a casa y alegre un poco el ambiente, le ponga color y perfume; ¿Yo para qué las quiero? ¿Acaso piensa que voy a olerlas, a sentirlas, a verlas cada mañana cuando el sol las ilumina de costado y brillan las gotas de rocío? Siempre fue cursi Clota. Que se las lleve y se las regale a Martita, que bien le viene un poco de primavera, pero flores para mi...
Habló mucho Clota. Qué cosa, pasa el tiempo y sigue hablando mucho. Viene, acomoda las cosas, se sienta, empieza a hablar y no para. Es raro, ahora la escucho más que antes. Es que la charla me saca un poco de mis pensamientos, que ahora son largos, lentos. A veces no me doy cuenta y paso meses pensando en algo. Es una idea, que discurre lenta hasta que va ocupando todo mi ser. Y toma forma, se une con el entorno y todo el universo se convierte en esa idea y puedo verla desde distintos ángulos y entenderla y aprehenderla y sumergirme en ella y yo también formar parte. Y no es que pienso en grandes ideas. No, ya no tengo noción de diferencia entre grandes ideas y pensamientos banales. No sé, es raro. Hay momentos, por ejemplo, en que pienso en un cardo o en una abeja y de a poco todo lo que pasa por mi mente es la abeja, la veo primero desde afuera, volando entre las plantas y poco a poco me acerco y la voy entendiendo y empiezo a verla cada vez más grande y a llenar con ella mi espacio y mi tiempo y entonces mi idea-abeja se convierte en lo único que ocupa mi universo y empiezo a ver desde adentro de la abeja y vuelo con sus alas y veo con sus ojos y el mundo se percibe como un mundo-abeja y lo único que busco es recoger el polen y empiezo a entender las señales de mis compañeras abejas al volar y ya no pienso en una abeja sino que soy la abeja, me muevo y me relaciono como abeja y ya no me doy cuenta cuánto tiempo vivo como abeja, es que el tiempo ya no se mide igual que antes. A veces pasan meses en segundos y otras segundos en meses, y yo ya no tengo ningún interés en medirlo. Y cuando dejo de ser abeja tampoco entiendo demasiado bien por qué abandono esa idea ni cuánto pasa hasta que empiezo a pensar en otra cosa, pero siempre me queda una sensación de que algún día no voy a dejar de pensar en la abeja o en el cardo o en lo que sea y entonces voy a ser eso para siempre. O por un tiempo, es que siempre es un concepto tan difícil de sostener desde aquí, tan relativo y superfluo, tan lejano a la verdadera eternidad.
Y entonces viene Clota, y su regularidad me trae de vuelta a la idea de fechas, de aniversarios, de cumpleaños, de medidas ínfimas y mezquinas de los momentos, y me trae risas y recuerdos de afectos y caras y expresiones y colores y olores. Y me trae flores, invariablemente me trae flores: fresias en mi cumpleaños, rosas en nuestro aniversario y calas en el día de los muertos.