Martín murió a las seis de la tarde, aunque para él no era muy importante el horario ya que llevaba una semana en coma. Lo velaron esa noche y a la mañana siguiente lo enterraron en una ceremonia sencilla. Había muchos deudos, Martín era querido por todos los que lo conocían y amado por sus amigos y su familia. Cremarlo fue una opción, pero finalmente se enterró su cuerpo en un ataúd modesto, de precio medio porque a la familia no le sobraba el dinero. Esa modestia permitió que las termitas abrieran agujeros en la madera en pocas semanas y los gusanos comieran su cuerpo magro, multiplicándose y engordando con entusiasmo. Tanto engordaron que llamaron la atención de uno de los teros que vivían en el cementerio, en el solarcito despejado que quedaba a poco más de veinte metros de la tumba. Los dos teros, macho y hembra, se alimentaron con esos gusanos en la semana que pusieron sus huevos, tres para ser más exactos, huevos que cuidaron con la devoción y fiereza que caracteriza a estas ave...
No importa quién seas. No importa qué hiciste. Son sólo los textos, las palabras.