No sabía que estaba cambiando. O sí sabía, pero no quería darme por enterado. Es como si por no reconocérmelo a mi mismo entonces no fuera a suceder. Es como si pudiera evitarlo por el solo hecho de no asumirlo. Pero no, realmente estaba cambiando. Y claro, si para eso entró a la crisálida. Ahí, delante de todos. Justo frente a mi nariz. Y yo no lo vi. No quise verlo y no lo vi. Así de simple. Y eso que todos los demás me decían que estaba cambiando, que cuando saliera ya no iba a ser igual, que para eso había entrado a la crisálida. Y yo negándolo. Que no, que no es una crisálida, que se parece pero que no, que no va a cambiar, que no puede cambiar. Y todos me decían que mirara los cambios, que la crisálida era cada vez más transparente y que se veía su cambio a simple vista, que no fuera necio y empezara a mirar. Y yo que no, porfiado y arrogante. Que no, que no va a cambiar. Que eso es imposible. Que alguien no cambia a esta altura de su vida, que ya tiene su personalidad definida y no cambia. Y tal vez ése era justamente el punto. Que siempre había sido como todos decían, pero yo no lo vi. Aunque eso me daría la razón. Sí, sí, tal vez yo tuve razón y no cambió en la crisálida. Triste razón, pero razón al fin. Tal vez siempre fue así y entonces no fui yo el único equivocado sino que todos los demás tampoco vieron antes lo que era, tal vez ya antes era un monstruo con sus cuatro brazos cubiertos de pelo y esa secreción pegajosa que hacía que todo se adhiriera y se lo llevara consigo. Tal vez ya tenía esa boca de cinco fauces babeantes que abrió como una boa, descomunal y famélica en cuanto rompió la crisálida. Tal vez siempre había tenido esos dientes filosos y desparejos que hundió en mis carnes en cuanto me vio, para desgarrarme y devorarme en tres dentelladas sin que yo pudiera evitarlo. Tal vez siempre había sido el monstruo que todos me dijeron y que yo me negué a aceptar hasta que empecé a ver el mundo desde su estómago y, no sé si por el ácido, las flatulencias o las pestes que devora, pero todo empezó a olerme bastante jodido desde aquí.
No sabía que estaba cambiando. O sí sabía, pero no quería darme por enterado. Es como si por no reconocérmelo a mi mismo entonces no fuera a suceder. Es como si pudiera evitarlo por el solo hecho de no asumirlo. Pero no, realmente estaba cambiando. Y claro, si para eso entró a la crisálida. Ahí, delante de todos. Justo frente a mi nariz. Y yo no lo vi. No quise verlo y no lo vi. Así de simple. Y eso que todos los demás me decían que estaba cambiando, que cuando saliera ya no iba a ser igual, que para eso había entrado a la crisálida. Y yo negándolo. Que no, que no es una crisálida, que se parece pero que no, que no va a cambiar, que no puede cambiar. Y todos me decían que mirara los cambios, que la crisálida era cada vez más transparente y que se veía su cambio a simple vista, que no fuera necio y empezara a mirar. Y yo que no, porfiado y arrogante. Que no, que no va a cambiar. Que eso es imposible. Que alguien no cambia a esta altura de su vida, que ya tiene su personalidad definida y no cambia. Y tal vez ése era justamente el punto. Que siempre había sido como todos decían, pero yo no lo vi. Aunque eso me daría la razón. Sí, sí, tal vez yo tuve razón y no cambió en la crisálida. Triste razón, pero razón al fin. Tal vez siempre fue así y entonces no fui yo el único equivocado sino que todos los demás tampoco vieron antes lo que era, tal vez ya antes era un monstruo con sus cuatro brazos cubiertos de pelo y esa secreción pegajosa que hacía que todo se adhiriera y se lo llevara consigo. Tal vez ya tenía esa boca de cinco fauces babeantes que abrió como una boa, descomunal y famélica en cuanto rompió la crisálida. Tal vez siempre había tenido esos dientes filosos y desparejos que hundió en mis carnes en cuanto me vio, para desgarrarme y devorarme en tres dentelladas sin que yo pudiera evitarlo. Tal vez siempre había sido el monstruo que todos me dijeron y que yo me negué a aceptar hasta que empecé a ver el mundo desde su estómago y, no sé si por el ácido, las flatulencias o las pestes que devora, pero todo empezó a olerme bastante jodido desde aquí.