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Tsunami (cuento)

Eran una pareja que se amaba con pasión. Tanta, que era muy difícil verlos y encontrar un milímetro de luz entre sus cuerpos, que parecían siempre pegados a punto de fusionarse. Eran una pareja soñada, de palabras dulces llenas de diminutivos y miradas húmedas, con muchas atenciones y cuidados mutuos.  Tanto se amaban, que el diálogo empezó como muchos otros, en el sillón del departamento que alquilaba él, con ella hecha un ovillo sobre su falda y diciendo:
- Hoy vi un departamento precioso, lleno de luz, con un dormitorio grande para nosotros y uno chiquito para cuando llegue el bebé…-y cuando dijo bebé la mirada fue más húmeda aún. Él sólo sonrió, la besó y no dijo nada. Ella insistió.
- Es en Belgrano, frente a una plaza. Está lleno de sol.
- Qué lindo.
-Sí, lindísimo. ¿Vamos a verlo mañana? La puedo llamar ya a la mina de la inmobiliaria.
Él volvió a sonreír pero esta vez no la besó.
- Qué pasa, no decís nada…
Otro beso y otra sonrisa.
- Bueno, ¿la llamo o no? Ya le dije que la iba a llamar, así que está esperando…
- Ya hablamos el otro día, te dije lo que pensaba…
- ¿Qué me dijiste? Que te encantaría…
- Sí, que me encantaría pero en otro momento.
Acá ella hizo un silencio que duró un instante pero pesó algunos kilos.
- Yo te amo ahora, no en otro momento. Quiero disfrutarte ahora y no cuando seamos viejos
- Yo quiero disfrutarte toda la vida. – dijo él y pareció que zafaba, pero no.
- No te hagas el tonto. Siempre me decís que me amas y que querés pasar toda la vida conmigo y tener muchos hijos. Lo que estoy haciendo es buscar una casa para que sea nuestro hogar, nuestro – y subrayó con fuerza la idea de posesión.
- Ya sé, y no digo que no; lo que digo es que ahora no me parece el momento, que la plata no alcanza para pagar el crédito, que vamos a vivir súper ahorcados durante los próximos diez años.
- A mi no me importa. Si estamos juntos no me importa. Pero parece que a vos te preocupan más los gustitos que te das que estar conmigo…
- No tontita, no me digas eso.
Acá el silencio fue más incómodo, un momento en el que ella miró para un costado mientras sus ojos se secaban. Fue sólo un momento. Era la calma antes de la tormenta. Y entonces, sin mirarlo, retomó:
- No me trates de tonta porque digo algo que no te gusta. Si saltás así es porque seguramente tengo razón.
- ¿Si salto cómo? Yo no salté de ninguna manera.
- Sí, hacete la víctima ahora. Bien que empezaste con los insultos.
- ¿Cuándo te insulté?
- …
- En serio, ¿cuándo te insulté?
- Me trataste de boluda.
- Estás loca, nunca te dije boluda.
- Me dijiste tonta, que es lo mismo. Tonta y ahora me decís loca. Dale que va…
- Pará, no te dije tonta…
- Sí que lo dijiste. Clarito clarito.
- No, no. Te dije tontita, que es diferente, es cariñoso.
- ¡Cariñoso las pelotas! ¿O a vos te gustaría que te tratara de pelotudo? A ver mi pelotudito lindo…Cuando vengan tus amigos te voy a decir así. A ver mi pelotudito… O mejor, a ver mi cornudito…
- ¿Cómo cornudito?
- Era un ejemplo. Vos me decís tonta, yo te digo cornudo.
- ¿Por qué justamente cornudo?
- Porque sí, pero no te preocupes, es cariñoso.- Y ahora sí lo miró a los ojos, pero con furia.
- No te hagás la irónica que para eso hace falta ser inteligente. Te pregunto por qué específicamente me trataste de cornudo. ¿Acaso me tenés que contar algo?
- ¡Epa, epa, epa! ¿Cómo es eso de la inteligencia? El señor otra vez me trata de boluda…
- No me estás contestando y me estoy empezando a enojar en serio…
- Ay, me está entrando un miedo bárbaro. A ver mi pelotudito, que me vas a hacer cuando te enojes…
Él no dijo nada, pero su cara se endureció. Ella ya no estaba sentada a upa sobre su falda, sino que se había puesto de pie y lo miraba con sorna, con las manos en jarra apoyadas en la cintura y una sonrisa ladeada.
- Me parece que te estás yendo al carajo. – Dijo él conteniendo la bronca.
- Me parece que así vas a ser vos el que se va a ir al carajo. Y esta misma noche.
- ¿Entendí mal o me estás amenazando con terminar?
- No te estoy amenazando. Estoy tomando real conciencia de que la única que está enamorada en esta pareja soy yo, y para hacer el amor de a uno mejor tener toda la cama para mi sola.
- ¿Cómo que la única que está enamorada?
- Claro. Es más que obvio. No querés comprar el departamento porque no querés comprometerte. Y no querés comprometerte porque no me amás. ¡Es tan evidente! ¡Cómo no lo vi antes! Por eso te sale tan fácil insultarme, porque en el fondo te importo tres carajos.
- Estás diciendo una boludez tras otra…
- Dale, seguí tratándome de boluda. Total, la boluda aguanta. Pero ¿sabés qué? Ya no. Ya no aguanto más. Te vas ya mismo. No te quiero ver nunca más. Agarrá tus cosas y andate.
- No digás ridiculeces. ¿Cómo me voy a ir?
Ella empezó a llorar. Fuerte. Muy fuerte. Pero no se veía en su rostro tristeza sino furia.
- ¡Andate! –gritó- ¡Andate ya mismo!
- Pará, cómo me voy a ir si esta es mi casa…
- ¡Andate miserable! ¡Nuestra casa dijiste siempre! Y ahora ya nada puede ser nuestro ni un instante más. ¡Andate ya mismo! ¡No te quiero ver más! – Y lo tomó del brazo y lo empujó hacia la puerta. Él al principio resistió un poco pero después se dejó llevar hasta que, casi sin darse cuenta, se encontró en cueros frente a la puerta cerrada del que era su departamento. Y del lado de afuera, contemplando los restos que dejó la marea.



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