Anoche me encontré con el diablo. Sí sí, con el malo en persona. Estaba en un boliche, sentado en el medio de un montón de gente. Y no era el diablo en su versión prolija, esa disimulada con traje de abogado y peinado con gel. Tampoco era un diablo sexy de minifaldas y sonrisa de modelo. Ni siquiera uno musculoso con campera de cuero, lleno de anillos y collares de oro. No, no. Era el diablo en su versión más guarra, más desprolija y escatológica, sudado, rojo, con escamas y cuernos. Olía a excrementos acumulados por años, con ese olor ácido y penetrante que uno cree jamás podrá lograr erradicar de sus fosas nasales. Su voz era realmente espantosa. Hablaba con lenguas de fuego y su voz resonaba entre miles de cavernas repletas de criaturas malignas que chillaban acompañando sus sonidos. De todo su cuerpo emanaba humo de color oscuro, denso, pegajoso. Tenía alas de murciélago, membranosas y con dedos rematados por largas garras. Pero su aspecto no era lo más atemorizante. No, lo peor er...
No importa quién seas. No importa qué hiciste. Son sólo los textos, las palabras.