- Vamos O’Hara. No podemos haraganear. Esta es complicada. Se parece a la del treinta, si lo que Stanley contaba era cierto, porque todos sabemos cómo era ese viejo cabrón, mentiroso y borracho; cuando empezaba con sus historias era imposible saber hasta dónde iba la verdad y dónde empezaba la sanata y el delirio. Pero si por una vez en su maldita vida dijo la verdad, esta se parece a la del treinta, te lo aseguro. Los hombres hablan en voz baja en la oscuridad de la caja del camión. O’Hara revuelve perezoso entre los elementos de trabajo, buscando la pala que más le gusta, la del mango rojo gastado de tanto sobarlo, la que lo deja tranquilo. Tiene la paciencia de los obsesivos, que le permite repasar una y otra vez entre las herramientas que se amontonan en el piso en un desorden peligroso por el traqueteo del camión. Siempre reciben el reto por no asegurar sus herramientas, y siempre vuelven a dejarlas desordenadas al terminar su trabajo, agotados por el esfuerzo. Es que las erupci...
No importa quién seas. No importa qué hiciste. Son sólo los textos, las palabras.