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Un hombre común

Foto: Anibal Rodolico Juan es un hombre común, como cualquiera. Se levanta a las siete menos cuarto todos los días, corre unos cuarenta y cinco minutos, se baña, desayuna y sale a trabajar. Tiene un trabajo común, como el de todo el mundo, que le ocupa unas diez horas del día. En sus días de trabajo muchas veces se aburre, algunas se apasiona y unas pocas son jornadas realmente excepcionales, pero eso sí, en ninguno producirá nada irremplazable en la historia universal, como casi todo el mundo por otra parte. Juan tiene una novia especial, como todos y unos amigos fantásticos, como cualquiera. Los ve un par de veces a la semana, por la noche, cuando el trabajo se termina y la vida que se parece a la vida empieza. Los ve por algunas horas y eso le permite volver feliz a su casa y estirarse en el potro, como todo el mundo. Juan empezó estirando lo justo, con las ataduras de tobillos y muñecas habituales, pero poco a poco fue perfeccionando la estirada y añadiendo puntos de enganch...

Hay noches, Gárgola Ediciones 2015

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Tiempo y espacio

Corro desfasado. Es extraño pero es simple. No es un tema de velocidad sino de sincro. Corro junto a su auto pero nunca llego a estar a su lado. Veo su cara en la ventanilla. Acelero tanto como la máquina, pero estoy corrido en tiempo y espacio, llego al mismo lugar unos segundos después. Sólo unos segundos, los suficientes para verla y que ella no me note. Cada vez que quiero hablarle ella ya no está allí. Pero estuvo. Y debería seguir estando porque en los  papeles pasó por allí a la misma hora que yo, pero no nos vemos porque yo estoy desfasado, fuera de sincro. Mi secuencia espacio tiempo se corrió unos segundos. O unos centímetros, no termino de entender la diferencia. No sé si el tiempo es espacio o el espacio es tiempo. Es más, si me apuraran y me exigieran una definición precisa para tiempo creo que me ruborizaría y sólo intentaría cambiar de tema. Ni hablar de espacio. Lo único que sé es que yo estoy desfasado. No mucho, no lo suficiente como para pertenecer a otro mundo e...

Hoy no

El payaso se plantó muy firme y miró a su auditorio en silencio. Sus ojos recorrieron las gradas lentamente, como tratando de individualizar y retener en su memoria cada uno de los rostros de las pocas personas que habían pagado su entrada para ver la función. Los miró y no dijo nada. Su cara no hizo gestos. Ni una sonrisa ni una mueca de tristeza, de esas de payaso de cerámica patético con lágrima dibujada. No. Nada. Ni un gesto. Los miró a todos a los ojos, uno por uno y sin hablar. Sólo esperó en silencio. Un minuto, dos, tres. A su alrededor fueron cesando todos los sonidos y la atención se concentró en su figura inmóvil en medio de la pista. Hasta los elefantes dejaron de barritar por un momento. La tensión la rompió una chica joven, de la fila cinco que se tentó y empezó a reír, primero nerviosa, después aliviada, con una carcajada cristalina que contagió a los demás y pronto todos reían como en las mejores funciones. Todos menos el payaso, que permaneció serio e inmóvil en medio...

Crack

Sonríe y le entrega la flor. Es un crisantemo púrpura de un color muy intenso, como la capa de un obispo de los que uno se imagina que usan capa púrpura y de ahí lo de purpurados. Casi lo único que se ve por un momento es esa mancha de color en el entorno gris. Una luz frágil, elegante, pura en medio de un fondo impreciso. Es un instante de primerísimo primer plano de la flor con su paz y entonces sí, se escucha el crujido, la cámara vuelve a abrirse y se ve la rajadura que empieza a correr justo justo entre medio de los dos, que corre y corre hasta que se abre la tierra y el banco en el que estaban sentados se parte al medio y los separa mientras sus manos se extienden para juntarse, una vacía, la otra con el crisantemo púrpura que parece más frágil en medio del mundo que se fractura. Y las manos casi llegan a rozarse pero la rajadura se abre más y el hueco en la tierra empieza a tragarse todo lo que los sostiene mientras ellos se afanan por saltar de roca en roca para volver a juntar...

Series V

La vida es muchas cosas. Pude ser corta o larga; puede ser variada, monótona, aburrida, excitante y hasta impactante. Pude ser simple o compleja, dinámica, cambiante, alegre, sorprendente, asombrosa. A veces previsible, llana, tranquila. A veces extraña, anodina, difícil. Es misteriosa, insondable, inabarcable y a la vez frágil, débil, huidiza. Es luminosa, diáfana, transparente, oscura, intrincada, complicada. Puede ser sagrada y prosaica, inmaculada y hasta escatológica. Puede ser caprichosa, seductora, atractiva, sincera y traicionera; colorida, urbana, rural y solitaria. Es aleccionadora y ejemplar. Es olvidable, desperdiciada. Puede ser gigante y pequeña, única y recurrente, poderosa, incontenible. Puede ser monacal, enclaustrada, ermitaña, libre, abierta, sociable. Puede ser creativa, riesgosa y hasta inconsciente. Puede ser paranoica, obsesiva, mutante, cambiante, evolucionada. Puede ser tradicional y conservadora, exitosa, esplendorosa, fracasada, egoísta, enferma, resentida. P...
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El Sanador

Estoy en la fila, como todos. Delante de mí debe haber unas cincuenta o cien personas, no soy muy bueno para calcular. Detrás de mi, otras tantas. O tal vez más. Hay de todo. Hombres, mujeres, chicos, animales e incluso hasta algunas plantas. No sé quién las trajo, parece que hubieran venido solas pero cada vez que levanto la vista las veo conservando su lugar en la fila, avanzando a paso lento como todos, deslizando sus macetones sin hacer ruido, sin decir palabra. En realidad, son las únicas que no hablan. En la fila todos comentan sus dolencias con los ocasionales vecinos, estableciendo una intimidad casual amparada en la necesidad común, en la circunstancia desgraciada y a la vez feliz. Desgraciada por el motivo. Feliz por la solución al alcance de la mano. Como la señora que explica a los cuatro vientos que ella no cree, pero que viene por su hijo, que si cree y está en cama esperando su pedazo. Dice que sólo necesita un pedacito pequeño, que con unos gramos se arregla. O los tull...

Un optimista

Camino por el borde de un vaso. Es estrecho, pulido, resbaloso y, por supuesto, curvo. La curvatura es lo que define la esencia del vaso. He visto intentos de vasos cuadrados pero nunca me parecieron vasos. La curvatura y el poseer fondo. Mi vaso es curvo –cilíndrico diría mi profesor de geometría- y tiene un fondo lejano que no alcanzo a divisar. Está lleno de un líquido oscuro que parece agitarse con un maremoto en miniatura. Es una suerte que mis vasos siempre estén llenos. O al menos que yo siempre los vea así. Conozco demasiada gente con vasos vacíos. Es más, conozco demasiada gente que trata de convencerme de que mis vasos están vacíos. Aunque yo los veo llenos. Siempre. Incluso éste por el que camino con cuidado, tratando de no resbalar. Camino por el borde pulido teniendo a un lado el líquido oscuro con su oleaje y al otro un precipicio interminable. El precipicio es luminoso pero no alcanzo a ver el fondo. Estoy seguro que la caída sería fatal. Aunque no vea el fondo, aunque ...

El problema

Hay un grupo de cuervos que me picotean los ojos. Son siete u ocho ya no sé bien, es que son tan parecidos que me cuesta individualizarlos. Me picotean fuerte, con saña. Me clavan sus picos duros sacando sangre y humores hasta vaciar mis cuencas. Graznan y se turnan para lacerarme, para herirme y alimentarse con mis despojos. A veces yerran el picotazo y golpean mi nariz. Me partieron el tabique en uno de esos errores. Creo que son errores, no sé, no quieren alimentarse con mi nariz. No; quieren mis ojos. Les gusta su consistencia gelatinosa, el ruido que hace al romperse el cristalino, el sabor tibio de la mezcla de sangre y pupila. Realmente me cuesta soportar el dolor que me producen sus picos, el tremendo impacto de sus puntas afiladas, el sonido de sus aleteos, la letanía de mis propios quejidos. Pero ese no es el problema. No. El verdadero problema es saber que tengo la capacidad de regenerar un nuevo par de ojos. "Hay noches" en Amazon