Hay un grupo de cuervos que me picotean los ojos. Son siete u ocho ya no sé bien, es que son tan parecidos que me cuesta individualizarlos. Me picotean fuerte, con saña. Me clavan sus picos duros sacando sangre y humores hasta vaciar mis cuencas. Graznan y se turnan para lacerarme, para herirme y alimentarse con mis despojos. A veces yerran el picotazo y golpean mi nariz. Me partieron el tabique en uno de esos errores. Creo que son errores, no sé, no quieren alimentarse con mi nariz. No; quieren mis ojos. Les gusta su consistencia gelatinosa, el ruido que hace al romperse el cristalino, el sabor tibio de la mezcla de sangre y pupila. Realmente me cuesta soportar el dolor que me producen sus picos, el tremendo impacto de sus puntas afiladas, el sonido de sus aleteos, la letanía de mis propios quejidos. Pero ese no es el problema. No. El verdadero problema es saber que tengo la capacidad de regenerar un nuevo par de ojos.
—El problema son las esporas, son radioactivas y vaya Dios a saber qué más y no paran de caer, llevamos seis meses en esta puta colina y no parece que vaya a cambiar. Todos los días salgo a tomar muestras, todos los días tengo una lluvia de esporas sobre mi cabeza, todos los días me expongo a riesgos que ni siquiera podemos calcular. —Bueno, de eso se trata el trabajo, cuando aceptás una misión de exploración y reconocimiento básicamente estás aceptando correr riesgos que ni siquiera se pueden calcular a priori… —No, no esto, no estar meses y meses bajo una lluvia de esporas radioactivas, para esto era preferible que mandaran sondas y robots. —Ya los mandaron, nosotros somos la segunda ola, detrás nuestro vendrán los científicos y, si todo sale bien, los mineros y sus máquinas. —¿Y cómo mierda creen que todo puede salir bien si no para de llover esporas? —Hasta ahora no han podido comprobar que causen otro problema por fuera de la radioactividad, y los trajes son suficiente protección....