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Entradas

Túneles

Se conocen desde siempre, aunque nadie les presta demasiada atención. Es como esos viejos tíos molestos y antipáticos, todos saben que están, pero nadie los visita. Dicen que los hicieron en la época de la colonia, que se usaban para contrabandear mercaderías pasando por debajo de la aduana y que por eso tienen diferentes entradas en la zona a la que llegaba el río antes de que Buenos Aires fuera moderna y se expandiera incluso sobre tierras ganadas al agua, como si no bastara la pampa infinita para crecer hacia el oeste o hacia el sur o hacia el norte. Algunos libros antiguos tienen su traza, pero nadie puede asegurar que sea realmente la correcta porque nadie los recorre en estos días y, por supuesto, a los contrabandistas de antaño no les interesaba documentar con precisión formal su existencia. Y si las entradas están en varios puntos cercanos al río, las salidas son un poco más misteriosas ya que hay varias que quedaron enterradas bajo los nuevos edificios y algunas que aparecen e...

La vida puede ser muchas cosas

La vida puede ser muchas cosas. Pude ser corta o larga, puede ser variada, monótona, aburrida, excitante y hasta impactante. Pude ser simple o compleja, dinámica, cambiante, alegre, sorprendente, asombrosa. A veces previsible, llana, tranquila; a veces extraña, anodina, difícil. Es misteriosa, insondable, inabarcable y a la vez frágil, débil, huidiza. Es luminosa, diáfana, transparente, oscura, intrincada, complicada. Puede ser sagrada y prosaica, inmaculada y hasta escatológica. Puede ser caprichosa, seductora, atractiva, sincera y traicionera; colorida, urbana, rural y solitaria. Es aleccionadora y ejemplar. Es olvidable, desperdiciada. Puede ser gigante y pequeña, única y recurrente, poderosa, incontenible. Puede ser monacal, enclaustrada, ermitaña, libre, abierta, sociable. Puede ser creativa, riesgosa y hasta inconsciente. Puede ser paranoica, obsesiva, mutante, cambiante, evolucionada. Puede ser tradicional y conservadora, exitosa, esplendorosa, fracasada, egoísta, enferma, resen...

La secuencia

Recuerdo perfectamente cómo empezó ese día, aunque no recuerdo qué es lo que hizo en ese momento que lo recuerde. No es que haya sido algo extraordinario, pero fue como si por alguna razón los acontecimientos cotidianos cobraran una relevancia nunca antes alcanzada. Está bien, no es que fuera un día más, pero tampoco puede decirse que no fuera el corolario lógico y esperable de todo lo que había sucedido en los últimos cinco años. La imagen es la de un rodaje que comienza en el momento en que alguien grita ¡Acción! y entonces se dispara la secuencia. Como si todas las cosas de la Creación estuvieran acomodándose en su lugar exacto para originar lo que vino, como si todo empezara a encajar en un guion establecido de antemano por una mente perversa. Y es que no puede dudarse de la inteligencia del guion. Y tampoco de su maldad. La vida tiene un equilibrio increíble. Como en los juegos de un dominó gigante, cada pieza encaja con la que la precede y determina la que le sigue. Si cambiamos ...

Tiburones

 —Un día me di cuenta. No sé muy bien por qué, pero un día lo vi clarito clarito. Fue como un rayo, una luz blanca que me pegó en los ojos, me dejó ciego un instante y entonces lo entendí perfecto. —Una epifanía. —¡Eso, una epifanía! que grosso, siempre tenés la palabra justa. —…(sonríe) —Fue así como un rayo, pero lo vi perfecto. En esta ciudad hay un grupo de seres humanos mutantes. Están en todas partes, pero sólo podés notarlos en algunas circunstancias muy especiales, que parecen cotidianas pero que por su naturaleza los ponen en evidencia. Y entonces, en esos momentos específicos, si sabés qué tenés que mirar, entonces los ves clarito clarito y ahí te empieza a cerrar, ahí empezás a entender todo y te das cuenta de que están por todos lados, que los viste siempre y nunca los notaste, que te habían pasado desapercibidos hasta ahora. Son los caminantes eternos, verdaderos tiburones urbanos, nunca se pueden quedar quietos porque si se quedan quietos no pueden respirar, por algun...

Centímetros

(Saltito) Ya van tres meses, no sé si aguanto. (Saltito) Debería tener alguna idea mejor pero no se me ocurre, es que a veces me pongo lento. (Saltito) Me vuelve loco la pequeñez del tema, la infinita pequeñez que crea el abismo. (Saltito) No es posible que me haya pasado esto, no hay manera de que pueda ser posible. (Saltito) Son tan solo tres o cuatro centímetros, no es más que eso. (Saltito) Y sin embargo son absolutamente inmodificables. Yo mido uno ochenta y tres, ya no puedo crecer más. (Saltito) Y el agua tiene un metro ochenta y cinco de profundidad, ni un centímetro menos. (Saltito) No hago pie, no hay forma de que pueda pararme en el fondo y poner mi nariz a respirar con normalidad. (Saltito) No hay forma, no hay ninguna otra manera que seguir rebotando. (Saltito) Subir, tomar todo el aire que pueda y bajar, tocar el fondo, saltar y volver a subir. (Saltito) Hacerlo rítmicamente, casi sin pensar, casi sin darme cuenta y olvidar que estoy siempre cayendo hacia el fondo. (Salti...

Aves negras

—¡Cuervos! ¡Aves negras! —gritó a su paso el grupo de muchachos que seguía al cortejo. —¡Cuervos! ¡Aves negras! —acompañaron el sordo lamento de los pocos deudos. —¡Cuervos! ¡Aves negras! —le recordaron a todos su nefasta maldición. —¡Cuervos! ¡Aves negras! —lo acompañaron hasta la tumba y, si bien no era precisamente la imaginada ni mucho menos la deseada, al menos era una compañía, mucho más que lo que le había tocado disfrutar en vida.
 Difícil es decir cuándo comenzó. No hay un punto exacto. Seguramente fue en su niñez, en algún momento de su primera infancia. Aunque tal vez sea un exceso de optimismo el tratar de encontrar un punto de inicio y lo correcto pueda ser pensar que lo trajo de nacimiento, así como el cabello duro y grasoso, los pies pesados o los problemas con la motricidad fina. Es que ya de muy pequeño se cuentan historias en las que él es el portador de las malas noticias, el que trae a conciencia la desgracia, el que la hace presente. Algunas son, incluso, de antes ...

El gesto

Trabajo con una rata. Tiene la cara en punta, los bigotes finitos, la nariz triangular y los dientes del maxilar superior salientes. No todos, sólo las paletas, ligeramente torcidas y siempre escapando por entre sus labios que se estiran en una sonrisa fácil. Esa sonrisa ayuda para que muchos la confundan y crean que es un hámster o una ardilla, pero es una rata, qué duda cabe. Los que la confunden compran su afabilidad instantánea y la pose inofensiva, su chiste fácil, las anécdotas repetidas acerca de sus viajes y noches por el mundo, esas historias de grupos que nunca duran, de búsquedas sólo turísticas y fotos intencionadamente extrañas. Tiene ese carisma que la hace parecer un hámster, una ardilla, pero es una rata. Debajo de las pieles importadas, debajo de los vestuarios falsamente descuidados, debajo de los looks construidos con años de imitación de personalidades admiradas no hay otra cosa que un espantoso, sucio y ruin pelo de rata. Y no es la cola lampiña lo que la distingue...

El viaje de Mario

El sol se está poniendo. No debería estar tan duro, me molesta en los ojos. Me pega justo justo adelante y no veo la ruta. Debería haber viajado de noche.  La luna nunca jode, pero el sol pega duro, como si se empeñara en recordarme que no debería estar yendo, que el viaje no va a terminar en nada bueno. Y la música no ayuda. La cadencia, la monotonía. Debería tranquilizarme y sin embargo tiene algo que me jode, hay algo intangible e inexplicable que me rompe soberanamente las pelotas. No entiendo bien por qué no puse rock and roll en lugar de esta mierda tan lenta, tan cadenciosa, tan monocorde. Si sigue mucho más creo que voy a estallar en una explosión de violencia infinita, tan infinita como esta letanía insoportable. Y el sol que pega de frente mientras se empieza a esconder en la línea interminable de la pampa. Horizonte infinito y música monocorde, una combinación que me exaspera de a poco. Me molesta. Me siembra ira. La siento crecer. La molestia arrancó ahí, apenitas por e...

Series VII

Martín murió a las seis de la tarde, aunque para él no era muy importante el horario ya que llevaba una semana en coma. Lo velaron esa noche y a la mañana siguiente lo enterraron en una ceremonia sencilla. Había muchos deudos, Martín era querido por todos los que lo conocían y amado por sus amigos y su familia. Cremarlo fue una opción, pero finalmente se enterró su cuerpo en un ataúd modesto, de precio medio porque a la familia no le sobraba el dinero. Esa modestia permitió que las termitas abrieran agujeros en la madera en pocas semanas y los gusanos comieran su cuerpo magro, multiplicándose y engordando con entusiasmo. Tanto engordaron que llamaron la atención de uno de los teros que vivían en el cementerio, en el solarcito despejado que quedaba a poco más de veinte metros de la tumba. Los dos teros, macho y hembra, se alimentaron con esos gusanos en la semana que pusieron sus huevos, tres para ser más exactos, huevos que cuidaron con la devoción y fiereza que caracteriza a estas ave...

Nunca hagas negocios con un yonqui (libro)

Nunca hagas negocios con un yonqui (Spanish edition)