Trabajo con una rata. Tiene la cara en punta, los bigotes finitos, la nariz triangular y los dientes del maxilar superior salientes. No todos, sólo las paletas, ligeramente torcidas y siempre escapando por entre sus labios que se estiran en una sonrisa fácil. Esa sonrisa ayuda para que muchos la confundan y crean que es un hámster o una ardilla, pero es una rata, qué duda cabe. Los que la confunden compran su afabilidad instantánea y la pose inofensiva, su chiste fácil, las anécdotas repetidas acerca de sus viajes y noches por el mundo, esas historias de grupos que nunca duran, de búsquedas sólo turísticas y fotos intencionadamente extrañas. Tiene ese carisma que la hace parecer un hámster, una ardilla, pero es una rata. Debajo de las pieles importadas, debajo de los vestuarios falsamente descuidados, debajo de los looks construidos con años de imitación de personalidades admiradas no hay otra cosa que un espantoso, sucio y ruin pelo de rata. Y no es la cola lampiña lo que la distingue porque no es fácil vérsela; la esconde con cuidado en los pantalones de moda, en esos que no todo el mundo tiene, porque como buena rata huye de lo masivo, pero que sí se encuentran en los lugares exclusivos de falsa vanguardia, esas carísimas boutiques antisistema donde ratas como ella dejan parte de los dineros que codician. Y es que eso es precisamente lo que la delata: la codicia. Como buena rata le brillan los ojitos con codicia en cuanto huele una moneda. Y es que las ratas son codiciosas, con una codicia pequeña pero poderosa. Pequeña para enfocarse siempre en el cortísimo plazo y en lo que pasa sólo delante de su nariz. Poderosa para regir absolutamente todas las acciones de su vida, cada puta cosa que hacen está determinada por la codicia, incluso las que parecen desinteresadas. La gente suele confundir codicia con ambición o creer que ambas vienen juntas, pero es en la rata donde la diferencia se hace más evidente. La ambición es un motor permanente, la codicia un freno. La ambición posibilita, la codicia impide. La ambición genera crecimiento, la codicia achica. Y esta rata, como buena rata es pura codicia. Debajo de toda esa apariencia moderna y canchera lo que hay es pura codicia. Y eso sería suficiente para detestarla y escapar lejos de su presencia en cuanto muestra su nariz. Pero tiene algo aun peor. Algo que la hace absolutamente intolerable. Algo que da ganas de partirle la cabeza con un bate. Es ese gesto insoportable con el que sube sus anteojos, se friega los ojos y estira su piel hacia las orejas, desnudando en esa espantosa mueca que se siente orgullosa de ser la rata codiciosa que a veces sólo yo reconozco.
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