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Centímetros

(Saltito) Ya van tres meses, no sé si aguanto. (Saltito) Debería tener alguna idea mejor pero no se me ocurre, es que a veces me pongo lento. (Saltito) Me vuelve loco la pequeñez del tema, la infinita pequeñez que crea el abismo. (Saltito) No es posible que me haya pasado esto, no hay manera de que pueda ser posible. (Saltito) Son tan solo tres o cuatro centímetros, no es más que eso. (Saltito) Y sin embargo son absolutamente inmodificables. Yo mido uno ochenta y tres, ya no puedo crecer más. (Saltito) Y el agua tiene un metro ochenta y cinco de profundidad, ni un centímetro menos. (Saltito) No hago pie, no hay forma de que pueda pararme en el fondo y poner mi nariz a respirar con normalidad. (Saltito) No hay forma, no hay ninguna otra manera que seguir rebotando. (Saltito) Subir, tomar todo el aire que pueda y bajar, tocar el fondo, saltar y volver a subir. (Saltito) Hacerlo rítmicamente, casi sin pensar, casi sin darme cuenta y olvidar que estoy siempre cayendo hacia el fondo. (Saltito) Para volver a intentarlo, para volver a darle a mis pulmones la ficción de que podrán volver a llenarse con libertad. (Saltito) Y volver a caer, a hundirme, a sumergirme en esta agua pantanosa, densa, oscura. (Saltito) Ya no sé cuántos saltos doy al día. Ya no los cuento. Ya no me importa. (Saltito) Ya no sé por qué caí la primera vez. Es más, ya no estoy seguro si yo caí o fue el agua la que creció a mi alrededor. (Saltito) El agua y la podredumbre, la viscosidad espantosa, la amenaza permanente. (Saltito) Esa enorme podredumbre que me rodea y me absorbe, que me retiene y me deglute. (Saltito) Esa masa casi gelatinosa que no me deja salir a flote pero que nunca termina de digerirme. (Saltito) Es como si ambos supiéramos que no nos pertenecemos mutuamente pero igual no nos damos tregua. (Saltito) Ya van tres meses. (Saltito) Tal vez si llega el verano el calor evapore un poco del agua de la superficie, no mucha, tal vez solo los centímetros necesarios para poder asomar la nariz. (Saltito) Tal vez si llego al verano sin ahogarme ni fundirme con la masa que me rodea podré recordar que sigo vivo. (Saltito) Tal vez sea sólo cuestión de tiempo. (Saltito) Que el agua no crezca, que no haya olas, que no me digiera del todo. (Saltito) Que yo nunca nunca deje de rebotar. (Saltito).



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Un día el algoritmo decidió que yo era una señora mayor, de entre los setenta y cinco años y el ya no me importa nada, de esa franja etaria en la que se baja el ritmo, se contempla más de lo que se actúa y se duele más de lo que se disfruta. Yo sé que suena a cliché, pero parece que los algoritmos también se nutren de los prejuicios, costumbres y visiones generalizadas. Y no es que yo pensara o viviera como una señora mayor, no no, yo no tenía nada que ver con eso, no era señora ni mayor y seguía con mi vida habitual y sin la menor intención de cuidar nietos. Pero por alguna razón el algoritmo empezó a mostrarme otros contenidos. No ya los que compartían mis amigos, casi muy pocos de los que generaban mis contactos pero muchos de los que se convenció iban a ser de mi interés. Y no fue en una sola red sino en todas las que frecuentaba. No sé muy bien en cuál empezó pero casi al instante todas estaban mostrándome contenidos similares, como si trabajaran coordinadas o detrás de todas estu...

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