Su cabeza estaba a punto de estallar. Su cabeza y todo su cuerpo. Sentía la ira crecer desde su estómago y tomar dominio de su ser, buscando la acción que permitiera la descarga. Qué maravilloso sería tener el poder de explotar en una combustión descontrolada, que tirara abajo todo el sector con sus edificios, sus plazas, sus comercios y con él, sobre todo con él. Él y su sonrisa bobalicona. Él y su sarcasmo hiriente. Él y su necedad irreductible. Él y su absoluta imposibilidad de empatizar, de aunque sea por un momento ponerse en su lugar y decir eso que ella estaba esperando, eso que ella necesitaba oír, aunque sea sólo por mostrarle que a él le interesaba y que quería su bienestar, aunque sea sólo por hacerla feliz un rato, ese rato que faltaba para marcharse al centro de partida y subirse a la nave que la llevaría a las colonias en un viaje de trescientos años de criosueño. ¿Cómo dormir trescientos años con esta furia? Nunca le gustó irse a dormir enojada, ¿Cómo soportarlo ahora, j...
No importa quién seas. No importa qué hiciste. Son sólo los textos, las palabras.