El viaje era rutinario. Tres días para atravesar la galaxia y llegar a la estación espacial donde entregar la carga, semillas y embriones de ganado para preparar un nuevo asentamiento humano en un planeta prometedor . Nada del otro mundo, aunque sirviera para preparar, justamente, otro mundo. Tal vez por eso no prestó tanta atención. Tal vez por eso o por confiar ciegamente en los instrumentos, que tantas veces la llevaron sin problemas a cumplir con su trabajo. Tal vez por la noticia reciente de su embarazo, que martillaba su cerebro cada vez que le daba espacio. O tal vez, simplemente, porque el espacio todavía guarda algunos secretos para la soberbia del conocimiento humano. La cuestión es que la tormenta la sorprendió y no le dio tiempo para maniobras evasivas. Los meteoritos empezaron a pasar a toda velocidad y a golpear su nave en varias oportunidades, tan duro que cambiaron su trayectoria sacándola del rumbo fijado. Cuando pasó la tormenta, que no duró más que algunos segundo...
Nadie se divierte en un puticlub. El entorno, las luces, el decorado ya de por sí generan tristeza. Ni hablar de las miradas, lastimosas y huidizas de un lado y del otro. Nadie se siente realmente bien cuando va a un puticlub, hay en el propio acto de ir a fingir alegría un cierto tufillo a patetismo que se nota en el fondo del alma y, a veces, no tan en el fondo. Nadie elige, tampoco, trabajar en un puticlub, no si realmente pudiera elegir, no si las oportunidades le hubieran sonreído en otras partes, no si la cadena de decisiones tomadas hubiera mostrado desde el principio dónde iba a terminar. Ni siquiera los androides parecen fingir alegría con convicción. Si se tiene buen ojo, se les nota algo en sus movimientos que no termina de encajar con el papel que se les asigna. Buen ojo o cierta sensibilidad para percibir al otro. La cita es en el puticlub y le molesta. Entiende que es territorio neutral y no vigilado por las autoridades pero, por lo mismo, el lugar ideal para una tr...