Vicky salió de la clase de física mascullando bronca. No es que no le interesara la materia sino que el profesor le parecía confuso, con grandes dificultades para contar lo que sabía en términos comprensibles para el resto de los humanos. Hoy había entrado al aula con el firme propósito de prestar atención y se había sentado en el primer banco, lejos del grupito de siempre, ese del fondo con el que no había manera de concentrarse en lo que explicaban. Soportó el abucheo y las bromas de sus amigos pero le puso ganas, había jurado hacer el intento de salvar la materia y disfrutar las vacaciones. Le puso ganas pero no, no fue posible, a los diez minutos de clase, cuando el profesor empezó a balbucear acerca del concepto de infinito aplicado al universo su cabeza empezó a irse a toda velocidad. ¿Infinito qué? ¿Infinito cómo? ¿Infinito como las promesas de amor que le hiciera a Mati el verano pasado? ¿Se llamaba Mati o Marto? No, Mati, era Mati, segura. No, no hay forma de que algo sea infi...
Su muerte se publicó en un diario pero no fue una noticia, apenas un pequeño texto en los avisos fúnebres. Antonio Douglas falleció de muerte natural a los 92 años y sus familiares lamentaban su partida y rogaban por el eterno descanso de su alma. Era sólo un aviso en el mar de avisos similares anunciando la muerte de otras personas ese día, un día más. Nada decía el aviso acerca de que quien había muerto era el primero y tal vez el único ser humano que había descubierto la forma de viajar en el tiempo, ni acerca de que había utilizado su invento cada día de los últimos sesenta años, sin dejar pasar uno solo. Antonio era físico y casi por casualidad, mientras investigaba modelos matemáticos basados en la teoría de cuerdas, había encontrado la manera de utilizar agujeros de gusano para viajar no a través de grandes distancias físicas sino a través del tiempo, entendiéndolo como una dimensión del universo. Antonio utilizaba su descubrimiento para hacer un túnel que le permitía desplazars...