La primera vez que conoció el sistema le voló la cabeza y, a la vez, le generó una enorme frustración. Tenía cinco años y uno de sus amigos le contó lo que sus padres le iban a regalar para su cumpleaños. Al principio realmente no lo podía creer, pensaba que no era posible. Claro, genoma, ADN, y cromosomas no eran conceptos que un chico de su edad ni siquiera hubiera escuchado con frecuencia. Muchísimo menos la idea que pudieran ser reorganizados a voluntad mediante un procedimiento externo y que esta reorganización podía, incluso, convertirte en otra cosa, en un ser vivo de otra especie. Y que encima el procedimiento pudiera ser reversible era ya, directamente, cosa de un dibujo animado. Pero no, aparentemente era real y los padres de su amigo le habían regalado para su cumpleaños una semana de vida de perros, lo llevarían a un lugar donde una máquina reordenaría sus genes, cambiaría las secuencias de su ADN (eso le dijo, “secuencias de su ADN”, como si él entendiera de lo que hablaba...
Cuenta una antigua leyenda que en un rincón del mundo hay una montaña con hielos eternos que tiene en su cima un monasterio donde un grupo de monjes buscan y educan a los niños que duermen, los elegidos, los soñadores, los niños D. Según esta leyenda pueden pasar cientos, miles de años entre la aparición de un niño y otro y no hay nada a priori que indique que un recién nacido sea un niño D, ni el género ni el color de piel o de ojos ni ninguna marca visible, sólo la certeza de los monjes de que un nuevo niño ha aparecido en alguna casa del valle, de ese valle habitado por descendientes de todos los posibles humanos de este mundo. Cuando nace uno, rápidamente los monjes lo llevan al monasterio donde el niño aprende todos los secretos del universo, desde cómo nace una estrella hasta cuántos huevos se necesitan para que un omelette sea perfecto. Todo, absolutamente todo. Y pueden aprenderlo y hasta les resulta sencillo justamente porque los monjes no se equivocan cuando eligen a un ...