Hacía ya trescientos años que la humanidad había solucionado el problema de la superpoblación. Cuando los adelantos tecnológicos lograron que el hombre viviera entre quinientos y seiscientos años, el problema de la falta de alimentos y, sobre todo, de espacio se había convertido en acuciante. Hubo muchos intentos de solucionarlo y ninguno había resultado eficaz hasta que la Corporación Planetaria Gobernante, el organismo que tomaba todas las decisiones del planeta, finalmente encontró la mejor, más justa y eficaz manera de solucionarlo. Construyó una supercomputadora (súper por su capacidad de procesamiento, aprendizaje y respuesta, no por su tamaño ya que cabía en la cabeza de un alfiler) que tomando en cuenta infinitas variables entre las que se contaban antecedentes, actualidades, perspectivas futuras y merecimientos decidía qué personas debían morir cada año para mantener el equilibrio y la prosperidad del planeta. El software que realizaba el cálculo, al que llamaron MAAT (Mé...
Vicky salió de la clase de física mascullando bronca. No es que no le interesara la materia sino que el profesor le parecía confuso, con grandes dificultades para contar lo que sabía en términos comprensibles para el resto de los humanos. Hoy había entrado al aula con el firme propósito de prestar atención y se había sentado en el primer banco, lejos del grupito de siempre, ese del fondo con el que no había manera de concentrarse en lo que explicaban. Soportó el abucheo y las bromas de sus amigos pero le puso ganas, había jurado hacer el intento de salvar la materia y disfrutar las vacaciones. Le puso ganas pero no, no fue posible, a los diez minutos de clase, cuando el profesor empezó a balbucear acerca del concepto de infinito aplicado al universo su cabeza empezó a irse a toda velocidad. ¿Infinito qué? ¿Infinito cómo? ¿Infinito como las promesas de amor que le hiciera a Mati el verano pasado? ¿Se llamaba Mati o Marto? No, Mati, era Mati, segura. No, no hay forma de que algo sea infi...