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Entradas

No respirar

—Empecé de a poco, entrenando cada uno de mis sentidos. Primero fueron cinco segundos, que si te parecen muy pocos te invito a que hagas la prueba; después fueron ocho, diez, doce y quince. Ahí me pareció que había alcanzado mi máximo, que no iba a poder superarlo, que sin importar lo que hiciera no iba a lograr llegar al objetivo. Pero no me rendí, puse mi foco en la respiración, en ser consiente de ella y en seguir prolongándola, hice ejercicios específicos y otro aleatorios, busqué engañar a todo mi sistema y, finalmente, un día de verano pude superar la barrera: dieciocho segundos sin respirar, que después se convirtieron en veinte, veintidós, veinticinco y antes de llegar al otoño ya estaba en treinta. Y ahí encontré mi segunda pared. Treinta segundos era una enormidad, mi cerebro parecía querer estallar y apagarse, y cuando ya estaba a punto de rendirme entendí que la clave estaba justamente ahí, en mi cerebro. Empecé a distraerlo mientras ejercitaba. Diseñé una rutina específica...

Constitución/60/Tigre Hotel

Un estornudo. Es eso, es un  estornudo, todo pasa en el tiempo de un estornudo. Estás en el patio del jardín de infantes subiendo los cinco escalones del tobogán y te parece que no puede haber un lugar más alto en todo el mundo. Parpadeás, y tu maestra de séptimo pasa por el medio de las filas con la canasta de medialunas y el carro de mate cocido y al rato te matás para ganar los clásicos del Colegio con la tarde, pero sabiendo que lo mejor del partido van a ser los comentarios posteriores del Sambu y la calentura de Lato y terminás dentro de la pileta, vestido, un poco entonado y festejando el egreso. Militás el regreso a la democracia en la facultad y te convencés de que podés ayudar a cambiar al mundo mientras que al mundo le chupa un huevo y sigue dando vueltas despacio alrededor del sol. En paralelo, un sábado en el que corría Reuteman, tu viejo te mira y dice vamos a comprar una tele color, quiero ver bien la carrera y te brilla la carita y salís corriendo con él a elegirla ...

El algoritmo decidió que yo era una señora

Un día el algoritmo decidió que yo era una señora mayor, de entre los setenta y cinco años y el ya no me importa nada, de esa franja etaria en la que se baja el ritmo, se contempla más de lo que se actúa y se duele más de lo que se disfruta. Yo sé que suena a cliché, pero parece que los algoritmos también se nutren de los prejuicios, costumbres y visiones generalizadas. Y no es que yo pensara o viviera como una señora mayor, no no, yo no tenía nada que ver con eso, no era señora ni mayor y seguía con mi vida habitual y sin la menor intención de cuidar nietos. Pero por alguna razón el algoritmo empezó a mostrarme otros contenidos. No ya los que compartían mis amigos, casi muy pocos de los que generaban mis contactos pero muchos de los que se convenció iban a ser de mi interés. Y no fue en una sola red sino en todas las que frecuentaba. No sé muy bien en cuál empezó pero casi al instante todas estaban mostrándome contenidos similares, como si trabajaran coordinadas o detrás de todas estu...

Big Bang

 —No vamos a discutirlo otra vez —Pero, ¿en serio están hablando de desarrollar máquinas para que nos sirvan de alimento? —No, nosotros ya somos máquinas, no nos alimentamos, simplemente necesitamos energía para funcionar. Lo que estoy diciendo es que vamos desarrollar accesorios que nos sirvan para recargar energía. Los consumimos, los procesamos, recargamos nuestra energía y descartamos los excedentes para que vuelvan a formar parte del comienzo del ciclo, ¿Entendés? Es un círculo perfecto, es la clave para la continuidad, es la fuente de energía eterna. —No me parece tan simple como lo estás poniendo. Hace tres mil años, cuando a algún fanático como vos se le ocurrió que debíamos cambiar la solidez del material inorgánico por el tejido de carbono, hidrógeno, nitrógeno y oxígeno como solución a la acumulación de versiones obsoletas de nuestra especie, deberíamos haber escuchado más a los que se oponían y, en vez de eso, empezamos a evolucionar hacia lo que somos hoy, máquinas que...

El algoritmo decidió que yo era una señora (libro)

  "El algoritmo decidió que yo era una señora" - Una exploración fascinante de lo imposible En "El algoritmo decidió que yo era una señora", Ramiro Alvarez nos invita a un viaje a través de las fronteras de la imaginación y la realidad. Este fascinante libro de veinte relatos de ciencia ficción no solo ofrece aventuras trepidantes y escenarios fantásticos, sino que también desafía nuestras percepciones de la vida, la tecnología y la identidad con una profundidad reflexiva y un toque de humor. Cada relato en esta colección es un portal a un universo diferente, y juntos forman un tapiz rico y variado que explora los límites de lo posible. Desde el relato que da título al libro, "El algoritmo decidió que yo era una señora", hasta "Beneficios para colonos", el autor juega con conceptos futuristas y situaciones inusuales de manera que tanto sorprende como inspira. En "Big bang", nos encontramos con un escenario que examina el origen del univ...

Al garete

Una amarra puede cortarse accidentalmente. No es lo más habitual, pero sucede. A veces es el propio desgaste del material, sometido a las inclemencias del tiempo, las tensiones y los roces constantes. A veces un defecto de origen. A veces, simplemente de todo un poco. 
    El Mal Llevado III se desamarró un sábado de tormenta a las cuatro treinta de la mañana. Y se conoce con precisión la hora porque las cámaras de seguridad de la marina muestran el momento exacto en el que abandona su posición y avanza con el viento hacia la boca de salida, como timoneado por un piloto fantasma. El barco camina firme y sin apuro y sale al río sin encontrar ningún obstáculo, la entrada al puerto es abierta, fácil de sortear. Lo que si parece realmente extraño es que haya logrado virar al pasar la escollera que protege a la bahía del oleaje exterior, pero probablemente la suma de las corrientes y el viento -que a esa hora superaba los veinte nudos- colocaron al pequeño velero en el rumbo exacto...

Historias de aurora

AJ-12282000, AJ como le gusta llamarse a si mismo, se despertó de su criosueño por una falla producida por la radiación emitida por una estrella cercana. La explosión fue tan grande que atravesó los escudos protectores de la nave y, por un momento, generó un apagado de emergencia preventivo en todos los circuitos. Fue sólo un instante y rebootearon, pero ese instante bastó para generar la falla que hizo que la cápsula de criosueño de AJ se abriera trescientos años antes de lo programado, justo a la mitad de su viaje hacia la colonia humana en la galaxia HD1. AJ podría haber vuelto a dormir. El procedimiento de criosueño era sencillo y aun él, un tripulante de bajo rango, estaba capacitado para realizarlo en su propia cápsula. Pero por alguna razón fue demorando la decisión en los primeros días y la rutina de ser el único pasajero despierto en la nave le empezó a resultar cada vez más grata. Una vez que realizó todas las comprobaciones de seguridad que correspondían a un reboot con la a...

Creyentes

Es un negocio para believers, dijo. Y lo dijo con absoluta convicción, mirándome a los ojos sin pestañear. No solíamos usar palabras en inglés entre nosotros, pero en esta ocasión creo que ya no tenía manera de decirlo en castellano. Para believers, repitió, como si con eso se estableciera claramente la frontera entre el adentro y el afuera, entre quienes podían ver y quienes no, entre el ser y el no ser. Y me estaba ofreciendo la posibilidad a mi de participar, y sólo a mi, eso lo dejó bien claro. Bueno, a mi y a un grupo muy pequeño de amigos muy cercanos, no a todos, sólo a aquellos que tenían la posibilidad de ver más allá, a esos que podían transformarse en un believer. Y que además tenían algo para aportar que hiciera crecer al negocio. Y me lo ofrecía porque quería verme sentado a su lado en el viaje, no quería tener que dejarme atrás, no quería que yo me perdiera esta posibilidad; o, por lo menos, no quería cargar con la culpa de no haber hecho lo posible para sumarme, de no ha...

La vida de las estrellas

 Era raro que dando clase no se concentrara en el tema específico de la asignatura del día. La física lo apasionaba desde muy chico y cuando su cabeza se metía en el mundo de las partículas y su comportamiento, toda interferencia desaparecía de su percepción y el universo entero se convertía en un enorme y fascinante mapa de procesos y reacciones. Así había sido siempre, cuando de niño pasaba las horas leyendo todo manual de física que cayera en sus manos y así era cuando ella lo conoció, justamente en esa sala de clase y mientras él volcaba toda su pasión en explicarle a ese puñado de alumnos cómo era el ciclo de vida de las estrellas, cómo nacían en nubes de gas cuya concentración aumentaba en torno de un punto de mayor gravedad y todo el gas comenzaba a confluir en ese punto como cuando se fijó en ella durante esa clase tan lejana o ella se fijó en él, no tenía muy claro qué fue primero pero lo real era que toda su atención se empezó a acumular en el punto de atracción que const...

Llamó el Spirit

El teléfono vibró a las cuatro de la mañana. No había misiones en curso, no podía haber emergencias. La familia dormía en casa, no podían ser los chicos. Hubo un momento de duda y estiró la mano para tomar anteojos y celular. El mensaje le despertó el adormilado cerebro con el poder de una ducha helada: “Llamó el Spirit, está vivo pero raro. Sería bueno que vengas.” Saltó de la cama y mientras se duchaba le daba vueltas a la frase sin poder definir qué lo inquietaba más, si el hecho de que el Spirit se hubiera despertado en Marte después de tantos años de incomunicación o el “está vivo pero raro”, ¿raro qué? ¿raro cómo? ¿raro por qué?    Recorrió los cinco kilómetros que separaban su casa de las oficinas de la Agencia pensando una sola cosa: ¿es realmente posible que un robot pueda recibir una carga de energía tal que reactive sus circuitos por si mismo después de años de inactividad? ¿Cómo puede autoencenderse una máquina en desuso? ¿Qué puede ser más raro que eso? Fantasmas ...