Ir al contenido principal

Y un día te encontrás

Y un día te encontrás cenando con tu pareja en tu casa y la conversación se arrastra lenta y pesada como una gota gigantesca, una burbuja de plomo líquido pero frio que rola densa sobre un campo lleno de intersticios y orificios y desvíos y meandros y obstáculos y empezás a ver la situación y te das cuenta de que te ves a vos mismo pero no sos vos y hay un hombre con tu cara y tus gestos que está sentado a esa mesa y contesta con monosílabos, o no, tal vez sean frases largas y grandilocuentes pero no podés precisarlo, no terminás de entender lo que hablan pero sí sabés que no sos vos, que no podés ser vos porque vos estás a doscientos kilómetros de ahí, observando la escena pero sin escuchar lo que dicen porque lo que dicen hace años que dejó de ser lo que tenés ganas de escuchar y entonces pensás en esa mancha pequeña que hay en el mantel, esa mancha amarilla con forma de lengua o de lagartija sin patas o de dragón, sí, eso, de dragón chino, sin alas pero volador y amarillo y tornasolado y empezás a sentir una increíble necesidad de alejarte, de viajar, de volar, y entonces vos viajás y volás y tratás de situarte en un lugar calmo, luminoso, lejano, con mucho sol y agua, mucha agua que suene y corra y fluya, sobre todo que fluya.

Y un día te encontrás en la calle, en medio de un incidente en el que un grupo de personas se grita y amenaza con otro grupo de personas y de las amenazas pasan a la acción y empiezan a volar trompadas y palazos y cascotes y vos empezás a sentir que eso no está pasando, que no tenés que intervenir ni correr ni observar, que no es más que ruido, paisaje, normalidad y entonces te das cuenta que estás a mucho más que doscientos kilómetros de la escena, que la estás mirando como mirás a simple vista una mancha en la luna en una noche clara y empezás a pensar en cómo será la superficie de esa mancha, en por qué se ve más oscura que el resto de la luna, ¿será que el polvo lunar es más oscuro en esa zona porque está mezclado con algún mineral oscuro o será que esa zona es la sombra de algo más alto y entonces vos lo ves más oscuro? y entonces te das cuenta que hace mucho, pero mucho, que no estás viviendo en donde estás viviendo porque hace mucho, pero mucho, que tu cabeza mira todo lo que sucede a tu alrededor como si fuera otra cosa, una mancha en la luna, una escena en dos dimensiones, plana, detenible, en cámara lenta, casi como si fuera un dibujo o una maqueta y entonces ya no hay pelea ni violencia ni ruido ni mancha ni nada y sentís que tenés que viajar, que volar, que irte muy lejos y vos viajás y volás y tratás de situarte en un lugar calmo, luminoso, lejano, con mucho sol y agua, mucha agua que suene y corra y fluya, sobre todo que fluya.

Y un día te encontrás en una reunión social, compartiendo la noche con la gente que frecuentás todos los días y en un momento de la conversación alguien dice que está pensando en cambiar su Harley por una Triunph, que es la única marca por la que la cambiaría porque en el fondo siempre le gustaron y otro le contesta que la Ducati que tiene ahora le gusta mucho porque es liviana y ágil, y que para andar por la ciudad es una moto fantástica y un tercero dice que en el viaje por Austria que hizo hace poco usaron una app del estilo de Arbnb pero de autos, que es fantástica porque se los alquilás directamente a los dueños y ellos se alquilaron un BM que abría las puertas para arriba como alas de gaviota, como aquel Mercedes famoso, y que era un auto bárbaro y que no te imaginás lo que era para andar por las autopistas y vos querés hablar pero no se te ocurre nada para decir y te das cuenta que ahora estás observando la conversación a doscientos kilómetros de distancia y sentís que hiciste todo mal, todo todo mal, pero no terminás de estar seguro de si hiciste todo mal porque hace mucho que no te alcanza la plata para pagar la cuenta de luz todos los meses o si hiciste todo mal porque elegiste a estos tipos para ser tu ecosistema y entonces ya no estás en la conversación ni a doscientos kilómetros sino a doscientos millones de años luz y la noche y las charlas desaparecen y vos viajás y volás y tratás de situarte en un lugar calmo, luminoso, lejano, con mucho sol y agua, mucha agua que suene y corra y fluya, sobre todo que fluya.

Y un día te encontrás en una reunión de trabajo y te das cuenta de que el tema no es cuánto sabés del tema sino si sos capaz de viajar en el tiempo y dejar de tener los años que tenés para tener los años que tienen los que te rodean y si podés hablar como ellos o vestirte como ellos o verte como ellos o pensar como ellos y entonces entendés que no importa lo que seas mientras seas igual a los otros, pero si hay algo que vos has sabido ser siempre es ser desigual a los otros, sobre todo a todos los otros a los que siempre tenías que ser igual, y entonces entendes que mejor no, que mejor es estar a doscientos o trecientos kilómetros de distancia de esa reunión y mejor es dejar de hablar de lo que estás hablando porque no estás hablando como los otros, porque no, nunca, jamás, de ninguna manera vas a poder hablar como los otros, porque no, nunca, jamás, de ninguna manera vas a poder ser igual a los otros, y entonces entendés que lo mejor que podés hacer es viajar, volar, irte muy lejos, y vos viajás y volás y tratás de situarte en un lugar calmo, luminoso, lejano, con mucho sol y agua, mucha agua que suene y corra y fluya, sobre todo que fluya.

Y un día te encontrás en una calle, al sol, tranquilo, esperando el colectivo y una persona se acerca y te habla y vos tratás de escucharla pero no entendés lo que dice y le pedís que repita y te sigue hablando pero son sonidos extraños, inconexos, casi guturales y vos sabés que ahí debe haber palabras, frases, que esta persona está convencida de estar tratando de decirte algo, pero para vos es absolutamente incomprensible, y entonces te das cuenta de que ya no hablás el idioma y te preguntás cómo puede ser que ya no hables el idioma que se habla en tu ciudad, porque cuando te levantaste esa mañana estabas seguro de estar en tu ciudad, y hacés un esfuerzo enorme porque ahora estás tratando de entender lo que esta persona te está diciendo o preguntando o comentando y a la vez estás tratando de entender cómo puede ser que ya no hables el idioma que se habla en tu ciudad y mirás a tu alrededor para ver si a alguna otra persona le pasa lo mismo o para ver si a tu alrededor están las cosas que siempre estuvieron, si estás en la misma calle y el colectivo que esperás sigue siendo el mismo y balbuceás una respuesta en un idioma que no llegás a saber si la otra persona entiende porque te mira con desolación y entonces sentís un irrefrenable deseo de no estar allí, de viajar, de volar, de irte muy lejos, a doscientos mil kilómetros de distancia por lo menos, y vos viajás y volás y tratás de situarte en un lugar calmo, luminoso, lejano, con mucho sol y agua, mucha agua que suene y corra y fluya, sobre todo que fluya. 
Y un día te encontrás queriendo mirar para adelante y no pudiendo ver nada, absolutamente nada, pero no es que está oscuro, no es que hay una pared frente a tu nariz, no, no es eso, es la certeza de que no hay nada, que adelante no hay nada, hay un absoluto vacío, un espantoso e intrascendente vacío y entonces querés mirar para atrás pero te das cuenta que no tiene sentido, que nunca te importó lo que hubiera atrás y que si por una de esas casualidades empezara a importarte tu vida empezaría a no parecerse a tu vida y vos empezarías a dejar de ser vos y a desvanecerte y fundirte y empantanarte y desintegrarte en el atrás y el atrás se convertiría en un lugar y una dimensión y una sensación y sea lo que fuere el atrás no sos vos, no querés ser atrás, querés ser adelante, y entonces lo que querés hacer es viajar, volar, irte muy lejos, y vos viajás y volás y tratás de situarte en un lugar calmo, luminoso, lejano, con mucho sol y agua, mucha agua que suene y corra y fluya, sobre todo que fluya.

Y un día te encontrás con ella en una calle cualquiera y a una hora cualquiera y te sonríe como sonrió siempre y te toma de la mano y te lleva lejos, muy lejos, a un lugar lleno de plantas y flores y soles y atardeceres y te habla despacio y su voz tiene la música que tuvo siempre y sus ojos siguen siendo tan verdes como siempre y tan dorados como siempre y tan grises como siempre y su cuello tiene el perfume que tuvo siempre, ese perfume exacto que te inunda el alma y que hace que tus pies se eleven un par de centímetros del suelo, no muchos, los suficientes para que te vuelvas liviano, casi etéreo, y ella te cuenta cosas y te escucha y te dice y se ríe despreocupada, con esa risa que canta como una cascada que cae cristalina y entonces sí, entonces respirás y volás y viajás para no volver nunca más, para quedarte para siempre con ella, ahí donde todo pero todo es agua que fluye.




Seguí leyendo "Ángeles, demonios y astronautas" en Amazon

Entradas populares de este blog

Pusilánime

 La pelota rodó y la paró en seco. Así, de una, sin vueltas. No como hacía siempre, que le buscaba el pelo al huevo hasta para pedir una milanesa en la rotisería: que el ajo, que el perejil, que si es frita o al horno. No no, esta vez no. Esta vez fue directo y concreto. Me voy al carajo, dijo. Me voy al carajo y no vuelvo nunca más. Y lo dijo tranquilo, sin gritar ni insultar a nadie, pero con una firmeza en la voz que no dejó lugar a dudas ni a intentar, siquiera, una negociación. Por eso Marina lo miró como si viera a un marciano. Por eso no le creyó al principio. Porque nunca lo había visto tomar una decisión en un segundo. Siempre evaluaba, sopesaba, medía, estudiaba, iba y venía, construía escenarios y nunca terminaba de decidirse. Por eso, justamente, se había hartado de él. Por eso le había hecho el planteo que le había hecho. Porque ya no aguantaba sus indefiniciones, sus rodeos. Por eso le había dicho que era un pusilánime y que ella no estaba dispuesta a seguir perdiendo el

Cotorras

Firmó la carta, la apoyó en la cómoda bien a la vista, abrió la ventana y salió al balcón. Era un día luminoso, de cielo limpio y sin nubes. Pasó un pie sobre la baranda y después el otro. Un vecino de otro edificio situado a cincuenta metros lo vio y gritó algo que nunca escuchó. Tomó impulso y saltó. Pensó que su vida iba a pasar a toda velocidad ante sus ojos, pero no fue así, no vio nada, ni un solo recuerdo, ni un rostro conocido, ni una frase. No vio ninguno de los motivos que lo llevaron a saltar, ninguno de los problemas, ninguna de las frustraciones. No vio nada. Sólo una cotorra que lo miró de cerca, entre sorprendida y risueña y que empezó a gritar cuando sus brazos se desplegaron y le salieron plumas y se convirtieron en alas y su cuerpo se comprimió y se contrajo y se hizo liviano y verde y el aire lo empujó y voló, primero desorientado y chambón, como a los tropezones, pero de a poco acomodándose y acompasando su aletear con el de la cotorra, la otra cotorra, la que lo se

Schedule

 Se enorgullecía de ser un tipo tranquilo, calmado y amable, que mantenía buenos modales y manejaba sus relaciones con cordialidad en todo momento, con una única excepción: si algo le molestaba era que se le complicara la agenda. Los acontecimientos inesperados lo ponían absolutamente fuera de sí. Le pasó toda la vida y, tal vez justamente por eso, no creía que hubiera absolutamente nada extraño en ese rasgo de su personalidad y, por ende, no había nada que él tuviera que hacer para modificarlo. Quienes lo conocían sabían cómo era y debían respetarlo. Y quienes no lo frecuentaban tanto no tenían por qué objetarle ser un tipo organizado. Desayunaba a las ocho, trabajaba hasta las doce, bajaba a hacer algunas compras, almorzaba mirando la tele, volvía a trabajar hasta las seis de la tarde, iba a entrenar unas dos horas al gimnasio y cenaba siempre entre las nueve y las nueve y media. Alguien podría decir que su vida era demasiado ordenada y rutinaria, pero a él no le importaba, no molest