Nadie se divierte en un puticlub. El entorno, las luces, el decorado ya de por sí generan tristeza. Ni hablar de las miradas, lastimosas y huidizas de un lado y del otro. Nadie se siente realmente bien cuando va a un puticlub, hay en el propio acto de ir a fingir alegría un cierto tufillo a patetismo que se nota en el fondo del alma y, a veces, no tan en el fondo. Nadie elige, tampoco, trabajar en un puticlub, no si realmente pudiera elegir, no si las oportunidades le hubieran sonreído en otras partes, no si la cadena de decisiones tomadas hubiera mostrado desde el principio dónde iba a terminar. Ni siquiera los androides parecen fingir alegría con convicción. Si se tiene buen ojo, se les nota algo en sus movimientos que no termina de encajar con el papel que se les asigna. Buen ojo o cierta sensibilidad para percibir al otro.
La cita es en el puticlub y le molesta. Entiende que es territorio neutral y no vigilado por las autoridades pero, por lo mismo, el lugar ideal para una trampa. Si bien sabe que el puticlub del asteroide 7305 Mueca es una suerte de santuario en el que no se permite la violencia, no por eso se puede estar completamente tranquilo. Y la intranquilidad se le suma al fastidio, al tener que volver a un lugar al que nunca le gustó ir, habiendo tantos lugares posibles, ¿tenía que ser en el puticlub?
El lugar es tal cual lo recuerda, un antro oscuro con luces y brillos puntuales, algunas mesas, algunos sillones, una pasarela central para el espectáculo y una barra con tragos para todas las especies conocidas, incluso las animadas electrónicamente. No hay muchos parroquianos y nadie parece prestarle especial atención cuando ingresa. Rápidamente recorre con la mirada las mesas de los lugares más oscuros, calculando de dónde puede venir el peligro. Dos terrícolas conversan en voz baja en una mesa, tres reptiles jóvenes gritan en su lenguaje a las bailarinas que no dan muestras de entender o, por lo menos, dan claras muestras de sólo interesarse en los comentarios si son acompañados por los créditos correspondientes, educando al cliente se llama el juego, un cuernocorto se apoya en la barra y bebe sin siquiera darse vuelta, un grupo de cuatro soldados juegan en una consola y un viejo androide de combate se derrumba en un sillón del rincón.
Charly estudió el panorama y eligió una mesa alejada del escenario desde la que podía verse todo el salón, ordenó un whisky old school y se sentó a esperar. No habían pasado diez minutos cuando una pareja de terrícolas entró y se dirigió directamente a su mesa.
—¿Molesta si nos sentamos?
—Depende, ¿me interesa lo que van a decirme?
—¿Te interesan los cinco millones de créditos que pediste por las piedras?
—Pónganse cómodos.
La pareja se sentó y apoyó sobre la mesa un maletín metálico con cierre biométrico. La mujer apoyó su dedo índice en el lector y la cerradura se destrabó. Por un momento le mostró el contenido a Charly que asintió al verlo. De su morral sacó una bolsa de gamuza que contenía cuatro piedras extrañas que despedían luces y brillos aun sin pulir, tal como estaban. Entregó una al hombre que la observó con un scanner de mano y sonrió. La apoyó sobre la mesa y, sacando el arma que colgaba de su cintura apuntó a Charly y le dijo
—Vamos afuera, no queremos ensuciar el lugar, seria una pena complicar su fama de santuario.
Charly lo miró con más hartazgo que enojo y contestó.
—Si la idea es traicionar a alguien, no dejes que él elija la mesa. Lo que tengo en este anillo es el detonador de la bomba que hay debajo de tu asiento, si por alguna razón mi presión arterial se modifica no solo vamos a complicar la fama del lugar sino que van a tener que desembarrar tu cerebro y el de tu amiga del techo, lo que va a ser un trabajo considerable. Dame el maletín con los créditos como habíamos quedado, yo te doy las piedras como me comprometí, ustedes se quedan acá diez minutos y yo salgo tranquilo por esa puerta mientras estamos a tiempo de hacerlo. O los mato y me llevo las piedras y los créditos mientras ustedes quedan flotando en el aire. Decidan, estoy grande para estas estupideces.
La pareja se miró por un instante, dudando si creer en sus palabras o asumir que estaba bluffeando. Pareció un siglo, pero finalmente fue la mujer la que dijo
—Parece que no entendiste bien cómo es la situación…
y alzando la voz
—¡Muchachos!
Los cuatro soldados dejaron su partida y se levantaron apuntando a Charly con sus armas, los tres reptiles giraron y mostraron los rifles que habían ocultado bajo el escenario mientras los demás ocupantes del salón se quedaban en silencio, expectantes. Charly recorrió el lugar con sus ojos y dijo
—Ok, que así sea.
Mientras su mano izquierda se alzaba en señal de rendición, la derecha empezó a mover la bolsa con las piedras hacia la pareja que, por menos de un segundo, bajó la mirada perdiendo la posibilidad de ver el arma que surgió de la manga de la mano alzada y disparó una ráfaga que los mató en un instante. Charly volcó la mesa y se parapetó tras ella, disparando a los reptiles que se movieron a su izquierda, matando a dos en el primer intento e hiriendo al tercero que cayó profiriendo un grito mientras su brazo derecho volaba por el aire junto con su rifle. Los cuatro soldados abrieron fuego y la mesa se redujo a polvo mientras Charly rodaba por el suelo hasta ocultarse tras una columna para contestar el fuego. Tres soldados cayeron ante sus disparos y el cuarto volvió a disparar obligándolo a permanecer oculto. Charly le arrojó una pequeña granada que lo voló en pedazos en el exacto momento en que el cuernocorto, que hasta ese momento había permanecido inmóvil en la barra, giró hacia él empuñando una escopeta enorme, un verdadero cañón de mano, con la que destruyó el capitel de la columna que lo protegía y el techo se desmoronó sobre Charly haciéndolo perder el equilibrio, caer sobre su espalda y perder su arma. Con un ágil salto el cuernocorto se sentó sobre su pecho y puso su escopeta en la boca del hombre mientras le dijo
—Pudimos haber hecho esto mucho más prolijamente afuera, el resultado hubiera sido el mismo y yo no hubiera tenido que escuchar la bronca que me va a echar el dueño del establecimiento. Ah no, cierto, no me va a decir nada porque acabo de recordar que yo soy el dueño de este maravilloso establecimiento en el que tantas criaturas se divierten.
Y no, la verdad es que nadie se divierte en un puticlub. No, no realmente. Nadie excepto el viejo androide de combate, que parece sonreír cuando dispara su pistola de protones y le vuela la cabeza al cuernocorto, salpicando las paredes, el piso y la cara de su amigo Charly con un líquido verde y viscoso de olor nauseabundo.
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