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El algoritmo decidió que yo era una señora

Un día el algoritmo decidió que yo era una señora mayor, de entre los setenta y cinco años y el ya no me importa nada, de esa franja etaria en la que se baja el ritmo, se contempla más de lo que se actúa y se duele más de lo que se disfruta. Yo sé que suena a cliché, pero parece que los algoritmos también se nutren de los prejuicios, costumbres y visiones generalizadas. Y no es que yo pensara o viviera como una señora mayor, no no, yo no tenía nada que ver con eso, no era señora ni mayor y seguía con mi vida habitual y sin la menor intención de cuidar nietos. Pero por alguna razón el algoritmo empezó a mostrarme otros contenidos. No ya los que compartían mis amigos, casi muy pocos de los que generaban mis contactos pero muchos de los que se convenció iban a ser de mi interés. Y no fue en una sola red sino en todas las que frecuentaba. No sé muy bien en cuál empezó pero casi al instante todas estaban mostrándome contenidos similares, como si trabajaran coordinadas o detrás de todas estuviera el mismo algoritmo. Así empecé a ver las ventajas de tejer con lanas orgánicas y lo relajante que podía ser una tarde de sábado practicando el punto cruz, la maravilla de los atardeceres en las sierras durante el mes de mayo con sus colores ocres y rojizos, lo saludable de los baños termales para los problemas de articulaciones y reumatismo y lo fácil que resultaba el viaje si lo contrataba por un tour. Aprendí a hacer galletas de avena y harina de algarroba con pasas y miel y torta de chocolate sin harina y sin azúcar, los beneficios de tomar veinte minutos de sol diarios para aumentar la vitamina D y cuáles eran los alimentos ricos en calcio que me podían ayudar a evitar la osteoporosis. Conocí múltiples aplicaciones para simplificar los trámites bancarios, para relajar la mente y conciliar el sueño en las madrugadas y para hacer abdominales sentado en una silla. Y fue esta app la que primero me atrapó realmente: hacer abdominales en una silla de casa era infinitamente más cómodo que en los bancos y colchonetas del gimnasio del barrio al que iba tres veces por semana. Empecé con la rutina más intensa que me proponía y vi que, además de cómoda, me resultaba sencilla. La adopté definitivamente, abandoné el gimnasio y todavía hoy practico con la aplicación, aunque fui cambiando las rutinas, bajando la intensidad a medida que empezaron los dolores de cintura y los problemas de espalda. Después descargué una app para caminatas que mide recorridos, desgaste calórico, calcula las sales que debo reponer y me indica la distancia ideal para cada día en función de mi biorritmo. Desde que la uso ya no salgo a correr porque me enteré que era muy perjudicial para los órganos internos y nunca nadie me lo había dicho. Entonces tomé conciencia de lo engañados que vivimos y de que si uno no se ocupa de informarse corre enormes riesgos. Por eso cambié mi visión del cuidado de la salud y hoy visito médicos con regularidad para medir y chequear que todos mis órganos y sistemas estén funcionando correctamente. Tengo clínico, cardiólogo, urólogo, proctólogo, oftalmólogo, endocrinólogo, diabetólogo, nutricionista, traumatólogo, osteópata, kinesiólogo y reumatólogo a los que visito al menos bimestralmente y cada tres meses hago sesiones de acupuntura, reiki, biodecodificación, maderoterapia y cuencos tibetanos. Me compré un pastillero con calendario y no dejo pasar un solo día sin tomar las siete pastillas que me prescribieron. Me cuido en las comidas y, aunque tal vez ya sea tarde para reparar todo el daño que me hice durante años de comer y tomar lo que quería y cuando quería, hoy mis valores de colesterol, ácido úrico y demás están en los niveles más bajos que se pueda imaginar para una señora de mi edad. Por eso es que casi me convertí en evangelista del cuidado personal y no dejo pasar una sola reunión del club de lectura sin recordarle a mis amigas lo importante que es estar atenta a las señales de tu cuerpo, que no siempre vas a tener la suerte de encontrar un algoritmo que te conozca tan a fondo como el que esos ángeles programaron para mi.   




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