Era raro que dando clase no se concentrara en el tema específico de la asignatura del día. La física lo apasionaba desde muy chico y cuando su cabeza se metía en el mundo de las partículas y su comportamiento, toda interferencia desaparecía de su percepción y el universo entero se convertía en un enorme y fascinante mapa de procesos y reacciones. Así había sido siempre, cuando de niño pasaba las horas leyendo todo manual de física que cayera en sus manos y así era cuando ella lo conoció, justamente en esa sala de clase y mientras él volcaba toda su pasión en explicarle a ese puñado de alumnos cómo era el ciclo de vida de las estrellas, cómo nacían en nubes de gas cuya concentración aumentaba en torno de un punto de mayor gravedad y todo el gas comenzaba a confluir en ese punto como cuando se fijó en ella durante esa clase tan lejana o ella se fijó en él, no tenía muy claro qué fue primero pero lo real era que toda su atención se empezó a acumular en el punto de atracción que constituía el otro y la energía de ambos pareció crecer y crecer y empezaron a brillar uno junto al otro en esa unidad que era mucho más que la suma de sus partes, como la estrella que acaba de nacer por la acumulación de los gases en ese punto de mayor gravedad de la nube, la fusión del hidrógeno en helio y la liberación de energía, esa energía que lo hizo crecer como investigador y conferencista, que le multiplicó las sonrisas y el encanto, la capacidad de comunicación y la apertura a nuevos horizontes como la divulgación científica y el reconocimiento masivo por sus apariciones en la serie de National Geographic. Y como con las estrellas, cuanto mayor es su masa, cuanto más grande es la energía que generan, mayor es la cantidad de combustible que consumen y cada vez fue más necesario duplicar y triplicar las apuestas y con eso empezaron las decepciones, las frustraciones, las expectativas no cumplidas y las distancias, esas distancias a las que una estrella expulsa materiales producto de la fusión y que se convierten en componentes de nuevas formaciones que viven de y por las estrellas, nuevas formaciones que, a veces, cuando quedan demasiado cerca, terminan inexorablemente tragadas por la gravedad de la estrella que las devora y destruye. Porque una estrella es eso, creadora de mundos, como fueron ellos mientras brillaron y crecieron y se potenciaron y expandieron y destructora de mundos cuando el combustible interno no alcanza y empieza a necesitar cada vez más leña para echar al fuego y atrae y devora todo lo que la rodea y cada vez menos le alcanza y más necesita, como esa pareja que tenían y que ya era un recuerdo, o todavía no un recuerdo pero sí una gigante roja mostrándole al mundo sus últimas luces, esas que tienen la elegancia de dar los últimos toques de belleza mientras la pareja se enfría, el núcleo se enfría y las capas exteriores rebotan cuando se acercan y todas son lanzadas al exterior, lejos de la pareja de la que todos casi con un poco de vergüenza o de lástima se van alejando, un poco porque ya nada los atrae, otro poco porque si se quedan pueden desaparecer junto a la estrella y disolverse en una nueva nube gaseosa que volverá a acumular material en algún punto de mayor gravedad que los que lo rodean. Y eso es justamente lo que distrajo su mente a lo largo de toda la clase que casi repitió en forma automática explicándole a esta nueva camada de alumnos cómo era el ciclo de vida de una estrella pero que a poco de empezar fue concentrando su atención en la morochita de flequillo que se sentaba en el segundo banco de la tercera fila y lo miraba con esos ojos increíbles.
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