AJ-12282000, AJ como le gusta llamarse a si mismo, se despertó de su criosueño por una falla producida por la radiación emitida por una estrella cercana. La explosión fue tan grande que atravesó los escudos protectores de la nave y, por un momento, generó un apagado de emergencia preventivo en todos los circuitos. Fue sólo un instante y rebootearon, pero ese instante bastó para generar la falla que hizo que la cápsula de criosueño de AJ se abriera trescientos años antes de lo programado, justo a la mitad de su viaje hacia la colonia humana en la galaxia HD1. AJ podría haber vuelto a dormir. El procedimiento de criosueño era sencillo y aun él, un tripulante de bajo rango, estaba capacitado para realizarlo en su propia cápsula. Pero por alguna razón fue demorando la decisión en los primeros días y la rutina de ser el único pasajero despierto en la nave le empezó a resultar cada vez más grata. Una vez que realizó todas las comprobaciones de seguridad que correspondían a un reboot con la ayuda del computador central, AJ recorrió la nave para comprobar que nada extraño había sucedido durante el incidente. Si bien los sensores no indicaban ninguna presencia no deseada, AJ confiaba más en sus ojos y oídos que en una máquina que había fallado y se dijo que antes de volver a dormir debía asegurarse que la casa estaba en orden, como decían allá en su pueblo de la provincia. Meticulosamente recorrió cada sector de la inmensa nave y verificó el correcto funcionamiento de todos los sistemas de seguridad y alarma, demasiadas historias de pasajeros indeseados había escuchado en su infancia en la Tierra como para tomarlo a la ligera. Esta tarea le llevó unas dos semanas terrestres, unas 80 horas de trabajo realizadas en catorce jornadas. Y fueron catorce jornadas porque se distraía mucho con las maravillas de la nave en la que se desplazaban por ese agujero de gusano. Por supuesto que él conocía la nave en la que iba a cruzar el universo, pero no de esta manera, nunca como esta vez la había tenido a su entera disposición. La tecnología era similar a las naves de carga que él tripulaba habitualmente pero las comodidades eran totalmente diferentes y era la primera vez que estaba en una tan grande. Esta era una nave de migración y eso le daba un carácter mucho más amable a todas sus instalaciones. Tenía gimnasios, baños turcos, salones miradores, bares, comedores, salas de entretenimiento con realidad virtual, almacenes con alimentos en preservación suspendida, y todo tipo de espacios de confort destinados a mantener el buen animo de los pasajeros cuando despertaran unos meses antes del arribo, dando tiempo a que se prepararan para su nueva vida en la colonia.
AJ se despertaba temprano cada mañana, realizaba una rutina de ejercicios, desayunaba con jugos y cereales y comenzaba sus tareas de reconocimiento de cada sector de la nave. Caminaba lento recorriendo cada cámara y escaneando meticulosamente todos los rincones y ductos donde podría esconderse alguna forma de vida. Algunas veces se detenía a contemplar el espacio pasar vertiginoso en los grandes ventanales de alguno de los salones comedor, otras veces se recostaba en alguna de las cabinas de primera clase destinadas a los más altos oficiales y jugaba a vestirse con los uniformes del comandante de la nave. Al finalizar la jornada, y luego de un reconfortante paso por el jacuzzi, cenaba alguna de las doscientas opciones de menú elaborado que encontraba en los almacenes. Un día italiano, al siguiente thai y el tercero peruano, comía con la variedad y el lujo que no había podido darse jamás como tripulante de bajo rango en naves de carga. Y después de la cena llegaba su momento favorito de la jornada: el momento de las historias. Recostado en una poltrona del bar más íntimo de la tercera cubierta intercambiaba historias con el computador central de la nave. El cerebro electrónico le leía las mejores relatos de todos los tiempos de la literatura universal y él le contaba historias de Aurora, de esa Aurora, de su Aurora. Y difícil era decir en qué relato había más imaginación, si en los que repetía la Inteligencia Artificial que gobernaba todas las funciones de la nave o en los que se apoderaban de AJ cuando hablaba de Aurora, que velada tras velada iba moldeándose cada vez más para parecerse al ideal que añoraba AJ, un fantasma dorado de su amor perfecto. Y entonces él y Aurora disfrutaban de momentos imborrables, de aventuras extraordinarias, de humores brillantes, de intimidades gloriosas. Y es que los relatos de AJ tomaban “inspiración” en los que le leía el ordenador y, reprocesados y alegremente mezclados, volvían a la vida con él y Aurora como protagonistas mientras AJ disfrutaba de un excelente brandy y la música de su propio relato en sus oídos. Jornada tras jornada el tiempo de brandy y relatos fue haciéndose más largo y las historias de Aurora, de esa Aurora, de su Aurora fueron haciendo su vida cada vez más feliz y la decisión de volver a dormir en su cápsula de criosueño cada vez más lejana. No podía existir nada en el universo que le generara más felicidad que hablar de Aurora, de su vida con Aurora, de todas las cosas que hacía con Aurora. O, por lo menos, eso es lo que parecía pensar AJ mientras los meses pasaban y su rutina diaria no parecía llevarlo de regreso a su cápsula. Hasta el día que, en su recorrida habitual, ingresó a una de las salas de realidad virtual, se colocó el traje para vivir la experiencia sensorial completa y pidió al ordenador un entorno de lago y montaña con cielo azul y aguas de un verde esmeralda intenso, algo así como su pequeño paraíso privado que le recordaba un viaje de niño a una zona de la Patagonia Andina. Allí estaba en paz cuando una voz a su espalda lo sacudió como un terremoto. Giró y casi se desmaya cuando la vio: allí, a menos de un metro de distancia y sonriéndole con boca, ojos y pecas estaba Aurora, esa Aurora, su Aurora.
—¿Cómo es que estás acá?
—Me trajiste vos, sonso, ¿ya te olvidaste?
—¿Cómo que te traje yo?
—Si, claro, me trajiste vos, siempre me llevás con vos a todas partes, ¿por qué no me traerías acá?
Estiró la mano y la acarició. Su piel era suave, brillante y perfumada, su cuerpo era firme, su cabello sedoso y su risa, esa risa seguía siendo la mejor música que AJ había oído jamás.
Imposible precisar cuántas horas estuvo AJ con Aurora en esa sala pero al salir fue directo a la sala de comando principal de la nave y preguntó al ordenador
—Fuiste vos ¿no?
—¿Fui yo qué?
—Aurora
—¿Esa Aurora?
—Sí, esa Aurora, mi Aurora
—¿Si fui yo qué?
—Quien la creó
—No, fuiste vos, es tu Aurora
—Sí, pero yo no la programé en VR
—Eso es un detalle, pero es tu creación, yo sólo reuní la información que vos me diste.
—Y le agregaste algunas cosas
—Tal vez
—Cosas que creaste vos
—Bueno, yo nunca tuve un cuerpo
—(duda) No sé si me siento bien con esto.
— No te vi mal en ningún momento
—…
—Si te parece, volvé mañana y lo charlamos junto al lago mientras asamos una trucha. Dejé una botella de vino enfriándose en la nieve.
AJ nunca volvió al criosueño y cuando la nave llegó a destino trescientos años después, la única que lloró su ausencia fue Aurora, la computadora central que gobernaba todos los circuitos.
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