Es un negocio para believers, dijo. Y lo dijo con absoluta convicción, mirándome a los ojos sin pestañear. No solíamos usar palabras en inglés entre nosotros, pero en esta ocasión creo que ya no tenía manera de decirlo en castellano. Para believers, repitió, como si con eso se estableciera claramente la frontera entre el adentro y el afuera, entre quienes podían ver y quienes no, entre el ser y el no ser. Y me estaba ofreciendo la posibilidad a mi de participar, y sólo a mi, eso lo dejó bien claro. Bueno, a mi y a un grupo muy pequeño de amigos muy cercanos, no a todos, sólo a aquellos que tenían la posibilidad de ver más allá, a esos que podían transformarse en un believer. Y que además tenían algo para aportar que hiciera crecer al negocio. Y me lo ofrecía porque quería verme sentado a su lado en el viaje, no quería tener que dejarme atrás, no quería que yo me perdiera esta posibilidad; o, por lo menos, no quería cargar con la culpa de no haber hecho lo posible para sumarme, de no haberme avisado a tiempo. Y sabía que se lo agradecía hoy que me lo estaba ofreciendo pero que se lo agradecería mucho, muchísimo más en el futuro, cuando llegara el momento de cosechar y todos los que habíamos creído desde el comienzo fuéramos los más favorecidos con el resultado, un resultado tan fabuloso que hoy no podíamos ni siquiera imaginar hasta dónde llegaría. Y como es un negocio para believers no hace falta que te muestre evidencias de lo que te estoy contando, dijo, un creyente no las necesita porque lo sabe, lo sabe desde el comienzo, desde la primera frase, cuando la idea pega como un rayo de luz en su mente y ya no hace falta nada, pero nada más, porque ya está, ya lo vio, ya lo tiene claro. Ahí radica su ventaja respecto al resto, en esa epifanía, en esa capacidad de verlo en la primera idea, en entenderlo de entrada. Y por eso me lo contaba, porque sabía que yo lo vería. Por eso y porque me quería, porque quería que yo disfrutara de los beneficios. Por eso, porque me quería. Y lo de los encuentros de su cuñado con Elon en el bar del club de squash, donde hablaron del tema y surgió la idea era sólo información confidencial que me daba a mí no porque creyera que la necesitaba sino porque quería que no me lo perdiera por nada del mundo, que no dejara pasar la oportunidad por mi escepticismo habitual, ese que me había impedido desarrollar a fondo todos mis potenciales. Este era el momento, me dijo. Este era el momento para pasar al otro lado, para convertirme en un believer, llegar primero que todos y llevarme todas las monedas que habría arriba de la mesa. Y que iban a ser muchas, muchísimas. La conquista del espacio ya había empezado y esta era la única oportunidad que yo tenía de ser uno de los primeros seres humanos que comprara un lote en la luna, en el valle donde dentro de pocos años se va a instalar la base de operaciones interplanetarias. ¿Cómo la vas a dejar pasar?, dijo, no puedo creer que no lo veas, que no me creas, ¿acaso no confiás en tu hermano?
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