El pez tragón es un pez que sufre de un apetito desmedido y constante. A veces nada a toda velocidad para poder recorrer la mayor cantidad de kilómetros en busca de algo para comer. Otras veces puede quedarse un montón de horas muy quietito esperando que un cangrejo salga de su cueva para comérselo de un bocado con pinzas y todo; para el pez tragón cualquier esfuerzo es válido si le sirve para conseguir algún alimento.
El pez tragón es una especie temida en el fondo del mar. Los demás peces saben que, si bien conviene ser amigo de un pez tragón para que no los coma, estar cerca de ellos siempre es peligroso porque no se sabe cuándo van a olvidar los años de amistad y abrirán sus bocas enormes para devorar a quienes tienen a su lado. Los peces tragones no perdonan ni siquiera a los de su propia especie. Es cierto que entre tragones se comprenden; sólo ellos pueden saber lo que significa el hambre constante. Pero de la comprensión a la clemencia hay una distancia enorme. Si un pez tragón consigue sorprender a un congénere, lo tragará de un solo bocado y sentirá en el fondo de su alma una pequeña e íntima sensación de orgullo y satisfacción por haber sido más rápido y sagaz.
Los peces tragones pueden adoptar distintas formas y colores, de acuerdo a las necesidades de su constante cacería. Sin embargo, los demás peces los reconocen a poco de verlos. Es que el hambre da a sus rostros y a su cuerpo una tensión tan especial que los hace inconfundibles. Sólo los peces tragones están alertas todo el tiempo, esperando la menor oportunidad para abrir sus enormes bocazas y llenar su estómago con lo que se ponga a tiro.
Si bien pretenden ser distinguidos, no reparan en calidades a la hora de saciar su incontenible apetito. Lo mismo les da una centolla de los mares del sur o un bagre del sucio río marrón. Es más, hay pescadores que juran haber visto a un pez tragón engullir un camalote entero, con plantas, víboras y monos incluidos, aunque esto nunca pueda comprobarse ya que no hay quien consiga capturar a un pez tragón con excepción de otro pez tragón que, como ya he dicho, si lo captura lo devorará al instante.
A diferencia de lo que pueda creerse, el estómago de un pez tragón es más pequeño que el de un bicho bolita. Lo que sucede es que, vaya Dios a saber por qué, permanece siempre vacío. No importa cuánto ni cómo consiga el pez meter en su boca, la comida nunca llegará al estómago ya que es disuelta por los ácidos que le hace liberar la propia hambre insaciable del pez. Como nunca está satisfecho, los ácidos se concentran y potencian, volatilizando el alimento antes de que pueda llegar al estómago, por lo que el hambre de un pez tragón sólo sirve para potenciarse a si misma.
La mitología indígena otorga gran importancia a los peces tragones en el ciclo del mundo. Cuentan los indios que el mundo crece y se desarrolla mientras los peces tragones no tienen un gran poder y su apetito no alcanza para poner en peligro a sus propios dominios. Esta situación dura miles de años hasta que un día común y corriente y en un lugar cualquiera, nace un pez tragón que por alguna oscura razón resulta mucho más rápido, astuto y voraz que sus congéneres. Este pez tragón -el Innombrable para los indios- recorre los mares devorando a todos los seres vivos que encuentra a su paso. Cuando termina con todos, lo que no le lleva demasiado tiempo gracias a que su velocidad crece junto con su hambre, el Innombrable sale a la tierra y engulle a hombres, animales y plantas. Ni siquiera los pájaros consiguen escapar de su apetito, ya que el Innombrable es capaz de apelar a todos los trucos posibles e incluso a los imposibles para llevar algo a su boca. Tanto es así que, si alguien afirmara haber visto a un pez tragón volando tras una presa, no habría ser en este mundo capaz de desmentirlo. Cuando ya no quedan seres vivos sobre el planeta, el Innombrable comienza a comerse la tierra y las montañas, los valles y los ríos, los mares y los cielos. Come y come hasta que del universo sólo queda un simple pez tragón. En ese momento, el Innombrable se retuerce y comienza a comer su propia cola y después su cuerpo y su cabeza y su boca y desaparece sin haber podido siquiera saciar su propio hambre. Entonces no queda nada. Sólo oscuridad y silencio. Y es allí donde Dios vuelve a crear el mundo y, con él, a los peces tragones.
El pez tragón es una especie temida en el fondo del mar. Los demás peces saben que, si bien conviene ser amigo de un pez tragón para que no los coma, estar cerca de ellos siempre es peligroso porque no se sabe cuándo van a olvidar los años de amistad y abrirán sus bocas enormes para devorar a quienes tienen a su lado. Los peces tragones no perdonan ni siquiera a los de su propia especie. Es cierto que entre tragones se comprenden; sólo ellos pueden saber lo que significa el hambre constante. Pero de la comprensión a la clemencia hay una distancia enorme. Si un pez tragón consigue sorprender a un congénere, lo tragará de un solo bocado y sentirá en el fondo de su alma una pequeña e íntima sensación de orgullo y satisfacción por haber sido más rápido y sagaz.
Los peces tragones pueden adoptar distintas formas y colores, de acuerdo a las necesidades de su constante cacería. Sin embargo, los demás peces los reconocen a poco de verlos. Es que el hambre da a sus rostros y a su cuerpo una tensión tan especial que los hace inconfundibles. Sólo los peces tragones están alertas todo el tiempo, esperando la menor oportunidad para abrir sus enormes bocazas y llenar su estómago con lo que se ponga a tiro.
Si bien pretenden ser distinguidos, no reparan en calidades a la hora de saciar su incontenible apetito. Lo mismo les da una centolla de los mares del sur o un bagre del sucio río marrón. Es más, hay pescadores que juran haber visto a un pez tragón engullir un camalote entero, con plantas, víboras y monos incluidos, aunque esto nunca pueda comprobarse ya que no hay quien consiga capturar a un pez tragón con excepción de otro pez tragón que, como ya he dicho, si lo captura lo devorará al instante.
A diferencia de lo que pueda creerse, el estómago de un pez tragón es más pequeño que el de un bicho bolita. Lo que sucede es que, vaya Dios a saber por qué, permanece siempre vacío. No importa cuánto ni cómo consiga el pez meter en su boca, la comida nunca llegará al estómago ya que es disuelta por los ácidos que le hace liberar la propia hambre insaciable del pez. Como nunca está satisfecho, los ácidos se concentran y potencian, volatilizando el alimento antes de que pueda llegar al estómago, por lo que el hambre de un pez tragón sólo sirve para potenciarse a si misma.
La mitología indígena otorga gran importancia a los peces tragones en el ciclo del mundo. Cuentan los indios que el mundo crece y se desarrolla mientras los peces tragones no tienen un gran poder y su apetito no alcanza para poner en peligro a sus propios dominios. Esta situación dura miles de años hasta que un día común y corriente y en un lugar cualquiera, nace un pez tragón que por alguna oscura razón resulta mucho más rápido, astuto y voraz que sus congéneres. Este pez tragón -el Innombrable para los indios- recorre los mares devorando a todos los seres vivos que encuentra a su paso. Cuando termina con todos, lo que no le lleva demasiado tiempo gracias a que su velocidad crece junto con su hambre, el Innombrable sale a la tierra y engulle a hombres, animales y plantas. Ni siquiera los pájaros consiguen escapar de su apetito, ya que el Innombrable es capaz de apelar a todos los trucos posibles e incluso a los imposibles para llevar algo a su boca. Tanto es así que, si alguien afirmara haber visto a un pez tragón volando tras una presa, no habría ser en este mundo capaz de desmentirlo. Cuando ya no quedan seres vivos sobre el planeta, el Innombrable comienza a comerse la tierra y las montañas, los valles y los ríos, los mares y los cielos. Come y come hasta que del universo sólo queda un simple pez tragón. En ese momento, el Innombrable se retuerce y comienza a comer su propia cola y después su cuerpo y su cabeza y su boca y desaparece sin haber podido siquiera saciar su propio hambre. Entonces no queda nada. Sólo oscuridad y silencio. Y es allí donde Dios vuelve a crear el mundo y, con él, a los peces tragones.