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Sesión

La escena es bastante sencilla de imaginar. Todo transcurre en el consultorio del Terapeuta, con dos personas sentadas frente a frente escritorio de por medio. En algunos casos, las dos personas son el Terapeuta y la Madre. En otros, el Terapeuta y la Hija, aunque no es necesario que fuercen la imaginación para crear las caras de la Madre y de la Hija; bastara con saber que ambas pueden representarse como la misma mujer que cambia su gesto al pasar de una a la otra, de un rictus afectado de forzada simpatía a un rostro huidizo de exagerada timidez. - Dibujá una casa La Hija toma el papel y hace un dibujo pequeño en la parte inferior de la hoja. Cuando termina hace un gesto como para devolver la hoja pero se detiene y pregunta – ¿Esta bien así o hago más? - Como vos quieras. Entonces la niña duda un momento, lo piensa y vuelve a comenzar. - ¿Y de chica como era? - No sabe, era tan buenita. Así como la ve ahora, un bebé que casi no lloraba, que no se fastidiaba por nada. Casi le

Ruego

-¿Puedo disponer de mi tiempo? ¿Puedo manejarlo? Digo; ¿puedo hacer que mi tiempo retroceda aunque sea sólo una vez? ¿Puedo, Señor? Como ves, no es mucho lo que pido. No Te pido que salves mi alma ni que protejas mi salud ni nada más importante. No quiero que cambies el mundo; es más, ni siquiera se me ocurre pensar en pedirte que me expliques por qué hiciste lo que hiciste con Tu Creación. Yo sólo quiero que me permitas volver en el tiempo una vez, sólo por un momento, nada más para verme en sus ojos verdes como aquella noche; nada más para decirle todo lo que callé. No pido demasiado. No es mucho para alguien como Tú, que todo lo puedes. Es sólo un momento y nada más. No quiero que la convenzas de nada, ni que le expliques, ni que le cuentes. Yo sé que si me viera vendría conmigo sin dudarlo. Yo sé que si volviéramos a ese momento los dos actuaríamos de otra forma. ¿Es tanto lo que pido? Además, ¿no lo merezco acaso? He sido bueno. No he robado. No he matado. Nunca perjudiqu

Lobos afuera

- Escuchá: hay lobos afuera. - ¿Cómo querés que escuche con la tormenta que hay?. Lo único que se oye es el viento, la lluvia y los truenos. - No, boludo. Escuchá bien. Escuchá los gruñidos. - No escucho nada. - Vos porque no querés escuchar. - No sé, lobos o no lobos hay que ir a buscar ayuda. Si nos quedamos acá nos va a tapar la tormenta. - Pero si salimos nos matan, te digo que hay lobos. - Yo no escucho nada. Ni un aullido. Los lobos aúllan, no sé cómo hacés para identificar un gruñido, por ahí no son lobos. - Puede ser, por ahí no son lobos, son chacales. Una jauría de chacales esperando que pongamos un pie fuera de la cabaña. - ¿Chacales? ¿Y se puede saber cuándo en tu puta vida viste un chacal? - Vi muchos. Sin ir más lejos, hace un mes pasaron un documental sobre chacales en National Geographic. - Ah, ya veo de dónde viene el delirio. - No es ningún delirio. Escuchá bien. -... - Shhh!! ¡Ahí! ¡No me vas a decir que no escuchaste el gruñido! - ¿Te parece que fue un gruñido? -No,

La cuota

No hizo falta que doblara el pasillo para que su presencia se notara. El frío, el vacío; esa sensación conocida. Avanzó sin ruido y se paró a las puertas de la sala de terapia intensiva casi por cortesía, como solía hacer. El médico dejó por un momento la lectura, levantó la cabeza e intentó disfrazar el gesto de decepción, mientras preguntaba - ¿Cuánto hiciste? - ... - ¿No es un poco temprano para que vengas acá? Me parece que te queda laburo afuera; digo, todavía falta un rato para que salga el sol. - No hay más tiempo, en media hora se cae un avión en China. - ¿Media hora? Mmm, mejor andá directamente para allá, que no vas a llegar... - Yo siempre llego, y no me obligues a los lugares comunes que sabés que los detesto, ya suficiente con tener que andar con esta al hombro nada más que por tradición.- y la guadaña brilló en un reflejo azul que metió miedo. - No, yo porque... - ... - Está bien, ¿cuánto te falta? - Tres. - ¿Tres, en serio? - Siempre es en serio... - No, esta vez son muc

Anna

El hecho sucedió en África, en un país de la región central para ser más precisos. A pesar de que las redes de información nunca fueron tan eficientes como en este momento de apogeo de la cultura electrónica, sólo se conoció una versión imprecisa y en determinados círculos. Probablemente sea porque el proyecto nunca existió oficialmente; o porque nadie trabaja en el desarrollo de las armas químicas o de las otras. El laboratorio era subterráneo. Protegido de toda mirada indeseable (de toda mirada, en realidad) tenía su entrada sellada hasta que se concluyeran los trabajos de investigación. Ningún ser humano podía entrar o salir hasta que todo estuviera terminado; es más, algunos dicen que la idea era que ningún ser humano pudiera entrar o salir nunca más (los proyectos de defensa tienen mecanismos de seguridad un tanto extraños). Sin embargo, el contacto con el exterior era permanente. Anna tenía acceso a todas las redes informáticas existentes. Pero no era esta su única actividad. D

Juegos

Un sujeto A intenta convencer a un sujeto B de tenderse en C. A pesar de que parecía difícil lo consiguió rápidamente y no tardó en suceder que el sujeto A tratara por todos los medios de convencer al sujeto B de no tenderse tan seguido porque no había cuerpo alguno capaz de resistirlo. El tiempo transcurría así, plácidamente, entre tendidas y levantadas de A y B hasta que volvió D y la cosa se complicó bastante. No es que el sujeto D tuviera algo en contra de tenderse; de hecho, lo hacía con A y podía decirse que lo disfrutaba plenamente. El problema era que a D le molestaba profundamente que A se tendiera con B porque decía que después perdía las ganas y ya no quería hacerlo con nadie más. Simples excusas. El sujeto A tenía suficientes ganas como para tenderse con B en C, con D en E o con F en G si por caso se diera; lo que sucedía era que el sujeto D sentía celos y no quería aceptarlo. Su relación con el sujeto A no le permitía hacer este tipo de planteos, pero realmente le molestab

El tesoro

Dragón y montaña eran uno solo. Habían pasado tantos años desde que el dragón se instalara en la cueva de la cima que los habitantes de las villas vecinas ya no recordaban a una sin el otro. Al principio su llegada causó terror. El día que el dragón llegó con su tesoro y sus alas enormes cubrieron el cielo la villa tembló. La oscuridad llegó en pleno día. El viento dejó de soplar. Los pájaros huyeron del cielo mientras que el ruido poderoso de las alas batiendo el aire se adueñaba de todo. Nadie sabe a ciencia cierta cómo trajo el tesoro. Es que nadie se animo a mirar hacia arriba. Tanto era el miedo que producía el batir de sus alas y la oscuridad que todo lo velaba... Nadie sabia tampoco cómo era exactamente el tesoro, nadie lo había visto depositarlo en el fondo de la caverna, pero las historias del pueblo hablaban de miles de monedas de oro, montañas de joyas, armaduras labradas en mágicos metales, finísimos vestidos hechos con las más ricas telas, y sobre todo, hablaban de un mist

El tedioso sueño del señor Filicelli

Como sueño casi es redundante. Soñar que uno está soñando no tiene demasiada gracia. Casi ni vale la pena perder el tiempo ni desperdiciar la fantasía. Y encima soñar que sueño con la oficina y el gordo José (que es flaco pero es el gordo) que se ríe y dice que no labura más es directamente decepcionante. Aquiles Filicelli untaba mecánicamente su segunda tostada de salvado. Eran las siete cuarenta y cinco y a las siete cuarenta y ocho debía finalizar su desayuno que, como siempre, había consistido en una taza de mate cocido y dos tostadas casi quemadas servido en la soledad de la cocina de su dos ambientes. Siete cincuenta y siete estaría tomando el subte y ocho y doce llegaría a la oficina (sabido es que el jefe nunca llegaba antes de las ocho y veinticinco). Hacía doce años que cumplía estrictamente con este ritual y se enorgullecía de que el señor Martuchi nunca hubiera llegado antes que él. Esto no era lo único que enorgullecía a Filicelli. A decir de todos (y por supuesto del se