Y un día te encontrás cenando con tu pareja en tu casa y la conversación se arrastra lenta y pesada como una gota gigantesca, una burbuja de plomo líquido pero frio que rola densa sobre un campo lleno de intersticios y orificios y desvíos y meandros y obstáculos y empezás a ver la situación y te das cuenta de que te ves a vos mismo pero no sos vos y hay un hombre con tu cara y tus gestos que está sentado a esa mesa y contesta con monosílabos, o no, tal vez sean frases largas y grandilocuentes pero no podés precisarlo, no terminás de entender lo que hablan pero sí sabés que no sos vos, que no podés ser vos porque vos estás a doscientos kilómetros de ahí, observando la escena pero sin escuchar lo que dicen porque lo que dicen hace años que dejó de ser lo que tenés ganas de escuchar y entonces pensás en esa mancha pequeña que hay en el mantel, esa mancha amarilla con forma de lengua o de lagartija sin patas o de dragón, sí, eso, de dragón chino, sin alas pero volador y amarillo y tornasol...
No importa quién seas. No importa qué hiciste. Son sólo los textos, las palabras.