Corre en zigzag. Se refugia en un pórtico. Mira hacia atrás y no lo ve, pero sabe que ahí debe estar; lo siente, lo sufre. Sale otra vez y corre hasta el árbol, pega la espalda al tronco y vuelve a mirar hacia todos lados. Su actitud llama la atención de los que caminan por esa vereda, pero no le importa, sólo puede estar atento al peligro que lo acecha como todos los días. Sabe que tiene que seguir, aunque cada vez se le haga más difícil. Sabe que no puede volver a su casa, que no puede volver a pedir el día sin un argumento convincente. Sabe que su jefe ya lo tiene en la mira, que no va a perdonarle otra. Sabe que ni siquiera puede darse el lujo de volver a llegar tarde. Se despega del árbol y corre a toda velocidad para tratar de llegar hasta la esquina, para refugiarse en la parada de colectivos, pero enseguida escucha el aleteo que se acerca y no necesita darse vuelta para que en la cara le explote el horror. A su lado ve su sombra correr con alas en su espalda mientras siente com...
No importa quién seas. No importa qué hiciste. Son sólo los textos, las palabras.