Ir al contenido principal

Lobos afuera

- Escuchá: hay lobos afuera.
- ¿Cómo querés que escuche con la tormenta que hay?. Lo único que se oye es el viento, la lluvia y los truenos.
- No, boludo. Escuchá bien. Escuchá los gruñidos.
- No escucho nada.
- Vos porque no querés escuchar.
- No sé, lobos o no lobos hay que ir a buscar ayuda. Si nos quedamos acá nos va a tapar la tormenta.
- Pero si salimos nos matan, te digo que hay lobos.
- Yo no escucho nada. Ni un aullido. Los lobos aúllan, no sé cómo hacés para identificar un gruñido, por ahí no son lobos.
- Puede ser, por ahí no son lobos, son chacales. Una jauría de chacales esperando que pongamos un pie fuera de la cabaña.
- ¿Chacales? ¿Y se puede saber cuándo en tu puta vida viste un chacal?
- Vi muchos. Sin ir más lejos, hace un mes pasaron un documental sobre chacales en National Geographic.
- Ah, ya veo de dónde viene el delirio.
- No es ningún delirio. Escuchá bien.
-...
- Shhh!! ¡Ahí! ¡No me vas a decir que no escuchaste el gruñido!
- ¿Te parece que fue un gruñido?
-No, fue el trueno más raro del mundo y sonando a nivel del piso. Claro que fue un gruñido, y sonó bastante cerca.
- No sé, la verdad que no sé...
- ¿Qué querés, que vaya afuera y les saque una foto? Te digo que hay lobos y son muchos.
- Pero algo tenemos que hacer, si nos quedamos acá con esta tormenta pueden pasar varios días hasta que podamos salir y ya llevamos dos días sin comer. Así no vamos a durar mucho más...
- Yo no salgo ni loco, con esta oscuridad, la lluvia, los lobos y los chacales no llego ni a diez metros.
- ¿Lobos y chacales? Vos decís que hay de los dos? ¿Pueden convivir?
- ¿Y yo cómo puedo saber si pueden convivir? Lo único que sé es que seguro tienen más hambre que nosotros, y los dientes mucho, pero mucho más afilados.
- Más hambre que nosotros no creo, macho. Hace dos días ya que nos quedamos sin comida, y esta tormenta no para nunca. Yo voy a salir a buscar ayuda.
- Pará, estás loco. Te digo que si ponés un pie afuera te morfan.
- Pero si no salgo me comen los piojos. La verdad que entre los piojos y los lobos prefiero los lobos, por lo menos tienen más dignidad.
- ¿Dignidad?¿Dónde está la dignidad cuando te comen el hígado?
- No sé, son dos especies luchando por la supervivencia, ellos y nosotros en campo abierto y que gane el mejor. Eso es digno. Quedarnos acá como ratas y que encuentren un par de esqueletos en el verano me parece de cuarta.
- No te preocupes, antes del verano te mato y te morfo, jejeje
- Mira, no tengo dudas que sos capaz. Sos tan cagón que sos capaz de quedarte acá sin poner la nariz afuera y matarme cuando me de vuelta.
- ¿Me estás diciendo cagón?
- Siempre fuiste un cagón, no te hagás la loca ahora...
- La verdad, me dan ganas de cagarte bien a trompadas...
- No sé quién te lo impide...
- ¿En serio querés que te mate?
- Si vos no podés levantar una mano, estás ahí arrugado escuchando gruñidos...
- ¡Ahí tenés! ¡Ese fue un aullido clarito clarito! Decime ahora que digo boludeces, dale, decime ahora...
- ...
- Lobos y chacales afuera y un idiota total adentro. Mi suerte no podía ser peor.
- Mirá, me tenés podrido. Yo salgo. Lo estuve pensando y no puede ser tan grave. Mil metros abajo está el río y la canoa. Salgo, pego una corrida y me subo. Si llega a haber un bicho afuera ni va a tener tiempo de darse cuenta que pasé.
- ¡Sos animal, eh! Con esta oscuridad y en medio del bosque, mil metros para abajo corriendo no los hacés ni loco, al primer paso te tropezás y te morfan. Y además, si llegás a pasar, ¡te imaginás la corriente que debe tener el río con cuatro días de lluvia seguidos? Quedate y esperá, que en algún momento va a terminar la tormenta.
- Hace tres días que decís la misma pavada, y hace tres días que no se ve el cielo. No sé qué pasó en este lado del mundo pero parece que estamos metidos en el medio de una nube negra eterna. Yo no me banco más. Si no salgo me muero.
- ¿Pero no escuchás los aullidos? No vas a llegar a dar ni dos pasos.
- Si me quedo acá estoy muerto. Yo salgo. ¿Venís conmigo o te quedás?
- Ni loco pongo un pie afuera de la cabaña hasta que no pase la tormenta y pueda ver a un metro de mi nariz
- No ves, ya te dije que sos un cagón...
- No, no soy imbécil, que no es lo mismo.
- Quedate en la cabaña. Busco ayuda y vengo.
- En serio, no salgas.
- No te preocupes, en cinco horas estoy de vuelta.
- No salgas...
- Chau.
- No salg...
- ...
- Huy!! Se pusieron como locos. Lo agarraron, seguro que lo agarraron. Se están dando una fiesta tremenda. Gruñen, se golpean, se muerden entre ellos. Seguro. Y se escuchan acá nomás, este boludo no llegó a hacer cincuenta metros. Se lo están morfando y ni pudo gritar. ¡Yo le dije que no saliera! ¡Pedazo de imbécil! ¿No me podía escuchar aunque sea por una vez? Y ahora están cebados. Se acercan. Están acá al lado. Se escucha el roce de sus cuerpos, el ruido de sus pasos. Escucho la respiración. Me van a devorar acá adentro. Ya están a la puerta. Van a entrar por las ventanas. No puedo cubrirlas todas. Si este imbécil se hubiera quedado, pero ahora estoy solo. Tengo que hacer algo. Tengo que salir. No puedo solo contra todos. Tengo que salir. Yo soy más rápido. Yo voy a poder cruzar. Tengo que salir. A ver, dos pasos y a correr. Ahora, abrir la puerta y a correr. Uno, dos, ¡ya!

Entradas populares de este blog

El algoritmo decidió que yo era una señora

Un día el algoritmo decidió que yo era una señora mayor, de entre los setenta y cinco años y el ya no me importa nada, de esa franja etaria en la que se baja el ritmo, se contempla más de lo que se actúa y se duele más de lo que se disfruta. Yo sé que suena a cliché, pero parece que los algoritmos también se nutren de los prejuicios, costumbres y visiones generalizadas. Y no es que yo pensara o viviera como una señora mayor, no no, yo no tenía nada que ver con eso, no era señora ni mayor y seguía con mi vida habitual y sin la menor intención de cuidar nietos. Pero por alguna razón el algoritmo empezó a mostrarme otros contenidos. No ya los que compartían mis amigos, casi muy pocos de los que generaban mis contactos pero muchos de los que se convenció iban a ser de mi interés. Y no fue en una sola red sino en todas las que frecuentaba. No sé muy bien en cuál empezó pero casi al instante todas estaban mostrándome contenidos similares, como si trabajaran coordinadas o detrás de todas estu...

Un pequeño texto en los avisos fúnebres

Su muerte se publicó en un diario pero no fue una noticia, apenas un pequeño texto en los avisos fúnebres. Antonio Douglas falleció de muerte natural a los 92 años y sus familiares lamentaban su partida y rogaban por el eterno descanso de su alma. Era sólo un aviso en el mar de avisos similares anunciando la muerte de otras personas ese día, un día más. Nada decía el aviso acerca de que quien había muerto era el primero y tal vez el único ser humano que había descubierto la forma de viajar en el tiempo, ni acerca de que había utilizado su invento cada día de los últimos sesenta años, sin dejar pasar uno solo. Antonio era físico y casi por casualidad, mientras investigaba modelos matemáticos basados en la teoría de cuerdas, había encontrado la manera de utilizar agujeros de gusano para viajar no a través de grandes distancias físicas sino a través del tiempo, entendiéndolo como una dimensión del universo. Antonio utilizaba su descubrimiento para hacer un túnel que le permitía desplazars...

No respirar

—Empecé de a poco, entrenando cada uno de mis sentidos. Primero fueron cinco segundos, que si te parecen muy pocos te invito a que hagas la prueba; después fueron ocho, diez, doce y quince. Ahí me pareció que había alcanzado mi máximo, que no iba a poder superarlo, que sin importar lo que hiciera no iba a lograr llegar al objetivo. Pero no me rendí, puse mi foco en la respiración, en ser consiente de ella y en seguir prolongándola, hice ejercicios específicos y otro aleatorios, busqué engañar a todo mi sistema y, finalmente, un día de verano pude superar la barrera: dieciocho segundos sin respirar, que después se convirtieron en veinte, veintidós, veinticinco y antes de llegar al otoño ya estaba en treinta. Y ahí encontré mi segunda pared. Treinta segundos era una enormidad, mi cerebro parecía querer estallar y apagarse, y cuando ya estaba a punto de rendirme entendí que la clave estaba justamente ahí, en mi cerebro. Empecé a distraerlo mientras ejercitaba. Diseñé una rutina específica...