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Razones

Puede haber variadas, innumerables razones para volar en Nochebuena. Mirando los rostros de las personas que se amontonan en esta sala de preembarque se lee un muestrario de ellas. La rubia de la revista, por ejemplo. Todo en su aspecto trata de decir que está más allá de las fechas y las costumbres. Los pantalones raídos, la gorrita vuelta hacia atrás, la cara sin pintar, la mirada desafiante. Seguramente hay detrás una historia de rebeldía familiar. La pelea con un padre distante y autoritario cuando la nena se puso las primeras minifaldas y un desgarro mortal cuando ella vio que la madre, a quien siempre creyó de su lado, terminó apoyando al padre en la censura de ese noviecito desaliñado que ahora recuerda con cariño sólo por haberle servido de detonante para salir de casa a ver el mundo. O tal vez es más clásico aún. Tal vez hay un pasado en colegio de monjas y medias de algodón siempre levantadas hasta las rodillas. Tal vez hay una salida de la burbuja de cristal de la mano de un

Momentos

- A ver, a ver, ¿cómo es? Explicámela de nuevo que no la entendí. - Es muy simple. No hay nada raro. No sé si es el lenguaje adecuado, pero es simple. Los matemáticos lo llaman punto de inflexión o algo así. Los filósofos y los teólogos lo discuten desde el concepto de libre albedrío y esas cosas. Para mi es más sencillo. Yo lo veo más como una bifurcación, como caminos que se abren frente a vos y te obligan a elegir. Es el punto exacto de cada día en que tiempo y espacio se cruzan, en que elegir hacia qué dirección avanzar significa modificar los próximos años de tu vida. Es ese momento del día en el que tenés la posibilidad de cambiar tu vida por completo. Y ojo, te aseguro que todos los días tenés un momento como ese. No te digo el momento de tomar grandes decisiones. No hablo de casarse, conseguir un laburo o largar la facultad. Mucho menos de decidir tener un hijo o irte a vivir a otro país. No, son momentos de decisiones aparentemente mucho más pequeñas. No es ni siquiera el mome

Series III

Rema. El bote es enorme, veinticinco metros de eslora por lo menos. Y es un bote. Sin velas ni motor. Y él rema. Con dos cucharas de madera, de las que las abuelas usan para revolver el guiso y que no se pegue. Parece increíble que el bote avance sólo por el agua que empujan esas dos cucharas. Y sin embargo avanza. Y a buena velocidad. Más de once nudos. Apenas un poco más, pero lo suficiente como para que el viento se sienta como si volaran sobre el agua. Rema y no se detiene. El esfuerzo se nota en su rostro, en la tensión de las venas de su cuello, en los bíceps a punto de explotar, en la espalda que le duele. Rema sin parar y el bote sigue avanzando sin costa a la vista. A pesar del peso. A pesar de la carga. A pesar de todos los pasajeros que lleva el bote. Que lo miran remar y comentan. Que le dan indicaciones. Que caminan por el bote y desequilibran los pesos. Que se enojan si el agua los salpica cuando hace frío. Que cuando sale el sol se sientan sobre sus

Claro, si para eso entró a la crisálida.

No sabía que estaba cambiando. O sí sabía, pero no quería darme por enterado. Es como si por no reconocérmelo a mi mismo entonces no fuera a suceder. Es como si pudiera evitarlo por el solo hecho de no asumirlo. Pero no, realmente estaba cambiando. Y claro, si para eso entró a la crisálida. Ahí, delante de todos. Justo frente a mi nariz. Y yo no lo vi. No quise verlo y no lo vi. Así de simple. Y eso que todos los demás me decían que estaba cambiando, que cuando saliera ya no iba a ser igual, que para eso había entrado a la crisálida. Y yo negándolo. Que no, que no es una crisálida, que se parece pero que no, que no va a cambiar, que no puede cambiar. Y todos me decían que mirara los cambios, que la crisálida era cada vez más transparente y que se veía su cambio a simple vista, que no fuera necio y empezara a mirar. Y yo que no, porfiado y arrogante. Que no, que no va a cambiar. Que eso es imposible. Que alguien no cambia a esta altura de su vida, que ya tiene su personalidad definida y

La del treinta

- Vamos O’Hara. No podemos haraganear. Esta es complicada. Se parece a la del treinta, si lo que Stanley contaba era cierto, porque todos sabemos cómo era ese viejo cabrón, mentiroso y borracho; cuando empezaba con sus historias era imposible saber hasta dónde iba la verdad y dónde empezaba la sanata y el delirio. Pero si por una vez en su maldita vida dijo la verdad, esta se parece a la del treinta, te lo aseguro. Los hombres hablan en voz baja en la oscuridad de la caja del camión. O’Hara revuelve perezoso entre los elementos de trabajo, buscando la pala que más le gusta, la del mango rojo gastado de tanto sobarlo, la que lo deja tranquilo. Tiene la paciencia de los obsesivos, que le permite repasar una y otra vez entre las herramientas que se amontonan en el piso en un desorden peligroso por el traqueteo del camión. Siempre reciben el reto por no asegurar sus herramientas, y siempre vuelven a dejarlas desordenadas al terminar su trabajo, agotados por el esfuerzo. Es que las erupci

Tsunami (cuento)

Eran una pareja que se amaba con pasión. Tanta, que era muy difícil verlos y encontrar un milímetro de luz entre sus cuerpos, que parecían siempre pegados a punto de fusionarse. Eran una pareja soñada, de palabras dulces llenas de diminutivos y miradas húmedas, con muchas atenciones y cuidados mutuos.  Tanto se amaban, que el diálogo empezó como muchos otros, en el sillón del departamento que alquilaba él, con ella hecha un ovillo sobre su falda y diciendo: - Hoy vi un departamento precioso, lleno de luz, con un dormitorio grande para nosotros y uno chiquito para cuando llegue el bebé…-y cuando dijo bebé la mirada fue más húmeda aún. Él sólo sonrió, la besó y no dijo nada. Ella insistió. - Es en Belgrano, frente a una plaza. Está lleno de sol. - Qué lindo. -Sí, lindísimo. ¿Vamos a verlo mañana? La puedo llamar ya a la mina de la inmobiliaria. Él volvió a sonreír pero esta vez no la besó. - Qué pasa, no decís nada… Otro beso y otra sonrisa. - Bueno, ¿la llamo o no? Ya le dije qu

Tsunami (corto)

Cuestión de equilibrio

Es de noche y estoy cansado. Subo al taxi. El tachero ni gira la cabeza, apenas alza los ojos y me mira en el espejo. No habla. Espera mi indicación. - Balcarce e Independencia, por favor. Arranca. No alcanza a avanzar tres metros que empieza con su discurso. - Calor, ¿no? Pleno agosto y este calor. Es una locura. Uno ya no sabe que pensar. Un día calor, al otro día caen piedras grandes como sandías, al otro un frío polar. Salís a la mañana y te abrigás porque si no te morís de frío. A las diez de la mañana no sabés qué hacer con toda la ropa que te pusiste del calor que hace. El mundo se va al carajo y por algún lado explota. Todo este quilombo es por algo. El hombre jode y jode y jode y por algún lado el mundo explota. La naturaleza te pasa la factura. Es una cuestión de equilibrio. No puede ser todo gratis, en algún momento se paga. - ¿Le parece? No creo que haya escuchado mi pregunta, pero igual sigue. - El mundo está dado vuelta. Mucha joda en todas partes. El hombre meta bo

Isaac come una uva

Isaac come una uva. La uva baja por su esófago y se acomoda en el estómago. Isaac come otra uva y otra y otra y otra. Todas hacen el mismo camino y se acomodan una junto a otra, una sobre otra, una debajo de otra. Come y come hasta que el estómago está completamente lleno de uvas. Y cuando no cabe ni una uva más, Isaac come una uva. La uva baja por el esófago y no entra al estómago, sino que se queda allí, a las puertas. Isaac come otra uva y otra y otra. Todas hacen el mismo camino y se acomodan una junto a otra, una sobre otra, una debajo de otra. Come y come hasta que el esófago está completamente lleno de uvas. Y cuando no cabe ni una uva más, Isaac come una uva. La uva ya no baja por el esófago hacia el estómago –están totalmente llenos de uvas- sino que se escapa hacia los pulmones y se acomoda en el fondo, bien abajo, al extremo de un bronquio. Isaac come otra uva y otra y otra y otra. Todas hacen el mismo camino y se acomodan una junto a otra, una sobre otra, una debajo de otra

Un hombre común

Foto: Anibal Rodolico Juan es un hombre común, como cualquiera. Se levanta a las siete menos cuarto todos los días, corre unos cuarenta y cinco minutos, se baña, desayuna y sale a trabajar. Tiene un trabajo común, como el de todo el mundo, que le ocupa unas diez horas del día. En sus días de trabajo muchas veces se aburre, algunas se apasiona y unas pocas son jornadas realmente excepcionales, pero eso sí, en ninguno producirá nada irremplazable en la historia universal, como casi todo el mundo por otra parte. Juan tiene una novia especial, como todos y unos amigos fantásticos, como cualquiera. Los ve un par de veces a la semana, por la noche, cuando el trabajo se termina y la vida que se parece a la vida empieza. Los ve por algunas horas y eso le permite volver feliz a su casa y estirarse en el potro, como todo el mundo. Juan empezó estirando lo justo, con las ataduras de tobillos y muñecas habituales, pero poco a poco fue perfeccionando la estirada y añadiendo puntos de enganch