Ir al contenido principal

Entradas

Nunca hagas negocios con un yonqui (libro)

Nunca hagas negocios con un yonqui (Spanish edition)

Visita

Hace años que me visita un fantasma. Bah, no sé en realidad si decir que es un fantasma o un muerto, no termino de entender la diferencia, aunque a falta de una explicación mejor me gusta pensar que lo que define a uno y otro es algo así como su manifestación física. Es pensar que quizás la diferencia pase por lo corpóreo de la aparición. Tal vez los fantasmas sean sólo imagen, algo así como el holograma de los muertos, un estadio más avanzado y esencial que ha conseguido prescindir de toda materia para mostrarse sólo como imagen. Si aceptamos esto, lo que me visita hace años es definitivamente un muerto. Su cuerpo es palpable. Sus carnes putrefactas de color gris terroso, llenas de pústulas y a punto casi de desprenderse de sus huesos, son bien concretas y cada vez que viene se instalan frente a mi tratando de llamar mi atención. Sus ropas de color indefinido, harapos cubiertos de polvo, no logran ocultar a los gusanos que lentamente lo van carcomiendo, horadando sus tejidos por aquí

Hay noches

Anoche me encontré con el diablo. Sí sí, con el malo en persona. Estaba en un boliche, sentado en el medio de un montón de gente. Y no era el diablo en su versión prolija, esa disimulada con traje de abogado y peinado con gel. Tampoco era un diablo sexy de minifaldas y sonrisa de modelo. Ni siquiera uno musculoso con campera de cuero, lleno de anillos y collares de oro. No, no. Era el diablo en su versión más guarra, más desprolija y escatológica, sudado, rojo, con escamas y cuernos. Olía a excrementos acumulados por años, con ese olor ácido y penetrante que uno cree jamás podrá lograr erradicar de sus fosas nasales. Su voz era realmente espantosa. Hablaba con lenguas de fuego y su voz resonaba entre miles de cavernas repletas de criaturas malignas que chillaban acompañando sus sonidos. De todo su cuerpo emanaba humo de color oscuro, denso, pegajoso. Tenía alas de murciélago, membranosas y con dedos rematados por largas garras. Pero su aspecto no era lo más atemorizante. No, lo peor er

Razones

Puede haber variadas, innumerables razones para volar en Nochebuena. Mirando los rostros de las personas que se amontonan en esta sala de preembarque se lee un muestrario de ellas. La rubia de la revista, por ejemplo. Todo en su aspecto trata de decir que está más allá de las fechas y las costumbres. Los pantalones raídos, la gorrita vuelta hacia atrás, la cara sin pintar, la mirada desafiante. Seguramente hay detrás una historia de rebeldía familiar. La pelea con un padre distante y autoritario cuando la nena se puso las primeras minifaldas y un desgarro mortal cuando ella vio que la madre, a quien siempre creyó de su lado, terminó apoyando al padre en la censura de ese noviecito desaliñado que ahora recuerda con cariño sólo por haberle servido de detonante para salir de casa a ver el mundo. O tal vez es más clásico aún. Tal vez hay un pasado en colegio de monjas y medias de algodón siempre levantadas hasta las rodillas. Tal vez hay una salida de la burbuja de cristal de la mano de un

Momentos

- A ver, a ver, ¿cómo es? Explicámela de nuevo que no la entendí. - Es muy simple. No hay nada raro. No sé si es el lenguaje adecuado, pero es simple. Los matemáticos lo llaman punto de inflexión o algo así. Los filósofos y los teólogos lo discuten desde el concepto de libre albedrío y esas cosas. Para mi es más sencillo. Yo lo veo más como una bifurcación, como caminos que se abren frente a vos y te obligan a elegir. Es el punto exacto de cada día en que tiempo y espacio se cruzan, en que elegir hacia qué dirección avanzar significa modificar los próximos años de tu vida. Es ese momento del día en el que tenés la posibilidad de cambiar tu vida por completo. Y ojo, te aseguro que todos los días tenés un momento como ese. No te digo el momento de tomar grandes decisiones. No hablo de casarse, conseguir un laburo o largar la facultad. Mucho menos de decidir tener un hijo o irte a vivir a otro país. No, son momentos de decisiones aparentemente mucho más pequeñas. No es ni siquiera el mome

Series III

Rema. El bote es enorme, veinticinco metros de eslora por lo menos. Y es un bote. Sin velas ni motor. Y él rema. Con dos cucharas de madera, de las que las abuelas usan para revolver el guiso y que no se pegue. Parece increíble que el bote avance sólo por el agua que empujan esas dos cucharas. Y sin embargo avanza. Y a buena velocidad. Más de once nudos. Apenas un poco más, pero lo suficiente como para que el viento se sienta como si volaran sobre el agua. Rema y no se detiene. El esfuerzo se nota en su rostro, en la tensión de las venas de su cuello, en los bíceps a punto de explotar, en la espalda que le duele. Rema sin parar y el bote sigue avanzando sin costa a la vista. A pesar del peso. A pesar de la carga. A pesar de todos los pasajeros que lleva el bote. Que lo miran remar y comentan. Que le dan indicaciones. Que caminan por el bote y desequilibran los pesos. Que se enojan si el agua los salpica cuando hace frío. Que cuando sale el sol se sientan sobre sus remos/cucharas para s

Claro, si para eso entró a la crisálida.

No sabía que estaba cambiando. O sí sabía, pero no quería darme por enterado. Es como si por no reconocérmelo a mi mismo entonces no fuera a suceder. Es como si pudiera evitarlo por el solo hecho de no asumirlo. Pero no, realmente estaba cambiando. Y claro, si para eso entró a la crisálida. Ahí, delante de todos. Justo frente a mi nariz. Y yo no lo vi. No quise verlo y no lo vi. Así de simple. Y eso que todos los demás me decían que estaba cambiando, que cuando saliera ya no iba a ser igual, que para eso había entrado a la crisálida. Y yo negándolo. Que no, que no es una crisálida, que se parece pero que no, que no va a cambiar, que no puede cambiar. Y todos me decían que mirara los cambios, que la crisálida era cada vez más transparente y que se veía su cambio a simple vista, que no fuera necio y empezara a mirar. Y yo que no, porfiado y arrogante. Que no, que no va a cambiar. Que eso es imposible. Que alguien no cambia a esta altura de su vida, que ya tiene su personalidad definida y

La del treinta

- Vamos O’Hara. No podemos haraganear. Esta es complicada. Se parece a la del treinta, si lo que Stanley contaba era cierto, porque todos sabemos cómo era ese viejo cabrón, mentiroso y borracho; cuando empezaba con sus historias era imposible saber hasta dónde iba la verdad y dónde empezaba la sanata y el delirio. Pero si por una vez en su maldita vida dijo la verdad, esta se parece a la del treinta, te lo aseguro. Los hombres hablan en voz baja en la oscuridad de la caja del camión. O’Hara revuelve perezoso entre los elementos de trabajo, buscando la pala que más le gusta, la del mango rojo gastado de tanto sobarlo, la que lo deja tranquilo. Tiene la paciencia de los obsesivos, que le permite repasar una y otra vez entre las herramientas que se amontonan en el piso en un desorden peligroso por el traqueteo del camión. Siempre reciben el reto por no asegurar sus herramientas, y siempre vuelven a dejarlas desordenadas al terminar su trabajo, agotados por el esfuerzo. Es que las erupci

Tsunami (cuento)

Eran una pareja que se amaba con pasión. Tanta, que era muy difícil verlos y encontrar un milímetro de luz entre sus cuerpos, que parecían siempre pegados a punto de fusionarse. Eran una pareja soñada, de palabras dulces llenas de diminutivos y miradas húmedas, con muchas atenciones y cuidados mutuos.  Tanto se amaban, que el diálogo empezó como muchos otros, en el sillón del departamento que alquilaba él, con ella hecha un ovillo sobre su falda y diciendo: - Hoy vi un departamento precioso, lleno de luz, con un dormitorio grande para nosotros y uno chiquito para cuando llegue el bebé…-y cuando dijo bebé la mirada fue más húmeda aún. Él sólo sonrió, la besó y no dijo nada. Ella insistió. - Es en Belgrano, frente a una plaza. Está lleno de sol. - Qué lindo. -Sí, lindísimo. ¿Vamos a verlo mañana? La puedo llamar ya a la mina de la inmobiliaria. Él volvió a sonreír pero esta vez no la besó. - Qué pasa, no decís nada… Otro beso y otra sonrisa. - Bueno, ¿la llamo o no? Ya le dije qu

Tsunami (corto)