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Mostrando entradas de agosto, 2024

Pusilánime

 La pelota rodó y la paró en seco. Así, de una, sin vueltas. No como hacía siempre, que le buscaba el pelo al huevo hasta para pedir una milanesa en la rotisería: que el ajo, que el perejil, que si es frita o al horno. No no, esta vez no. Esta vez fue directo y concreto. Me voy al carajo, dijo. Me voy al carajo y no vuelvo nunca más. Y lo dijo tranquilo, sin gritar ni insultar a nadie, pero con una firmeza en la voz que no dejó lugar a dudas ni a intentar, siquiera, una negociación. Por eso Marina lo miró como si viera a un marciano. Por eso no le creyó al principio. Porque nunca lo había visto tomar una decisión en un segundo. Siempre evaluaba, sopesaba, medía, estudiaba, iba y venía, construía escenarios y nunca terminaba de decidirse. Por eso, justamente, se había hartado de él. Por eso le había hecho el planteo que le había hecho. Porque ya no aguantaba sus indefiniciones, sus rodeos. Por eso le había dicho que era un pusilánime y que ella no estaba dispuesta a seguir perdiendo el

Un instante preciso

Es en un instante preciso. Es así, llega como un balazo. No es un proceso lento, gradual, que se vaya dando de a poco. No, es un instante, un flash, un golpe que te sacude hasta la médula y ya nada puede volver a ser como era porque cuando te das cuenta todas las fichas empiezan a ordenarse hacia atrás y hacia adelante en un dominó perfecto, un tetris mágico que pone todo en su lugar exacto y no deja un solo espacio libre. A mi me pasó una noche. Estabamos cenando con amigos y la charla era casual, las mismas anécdotas de siempre regadas con un buen vino y algunas vituallas agradables. Y fue en el preciso instante en que ella arrancó con su tono de siempre a decir lo usual cuando yo la miré y me di cuenta que ya no podía soportarla ni un segundo más. Fue una sensación física, como las mariposas en la panza el día que te enamorás pero completamente opuesta. Fue la certeza con la que mi cuerpo me dijo que si seguía un minuto más cerca de ella me iba a enfermar para siempre, que tenía que

Lo sé todo

 Lo sé todo. Sé que la Tierra tarda exactamente trescientos sesenta y cinco días, cinco horas, cuarenta y cinco minutos y cuarenta y seis segundos en dar una vuelta alrededor del sol; que las aceitunas verdes y las negras son el mismo fruto pero en distinto estado de maduración; que las palabras en latín se declinan; que los esquimales reconocen más de treinta tonalidades de blanco; que un triángulo escaleno es aquel en el que los tres lados tienen longitudes diferentes; que Sócrates jamás escribió un libro; que chocolate no es un color sino un alimento; que Yugoslavia se dividió en Bosnia y Herzegovina, Croacia, Montenegro, Macedonia del Norte, Serbia y Eslovenia; que las sandías con forma de cubo se obtienen haciendo crecer al fruto dentro de una caja; que una película se filma en veinticuatro fotogramas por segundo; que por más que su nombre signifique “ratón ciego”, los murciélagos no son roedores y, por lo tanto, poco tienen que ver con las ratas; que una cámara Gesell es un dispo