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Hoy no

El payaso se plantó muy firme y miró a su auditorio en silencio. Sus ojos recorrieron las gradas lentamente, como tratando de individualizar y retener en su memoria cada uno de los rostros de las pocas personas que habían pagado su entrada para ver la función. Los miró y no dijo nada. Su cara no hizo gestos. Ni una sonrisa ni una mueca de tristeza, de esas de payaso de cerámica patético con lágrima dibujada. No. Nada. Ni un gesto. Los miró a todos a los ojos, uno por uno y sin hablar. Sólo esperó en silencio. Un minuto, dos, tres. A su alrededor fueron cesando todos los sonidos y la atención se concentró en su figura inmóvil en medio de la pista. Hasta los elefantes dejaron de barritar por un momento. La tensión la rompió una chica joven, de la fila cinco que se tentó y empezó a reír, primero nerviosa, después aliviada, con una carcajada cristalina que contagió a los demás y pronto todos reían como en las mejores funciones. Todos menos el payaso, que permaneció serio e inmóvil en medio de la pista, esperando que pasara el estallido de risas. Pasó otro minuto, dos, tres y las últimas carcajadas cesaron pero no el ruido, porque los espectadores de la primera fila empezaron a aplaudir y el aplauso se hizo contagioso y creció y se transformó en ovación cuando en las últimas filas se pararon y vivaron al payaso. Fue una ovación sentida y profunda, de esas que sólo aparecen cuando entre el artista y los espectadores hay algo más que una buena representación. Fue una ovación de las que no se escuchaban muy a menudo en la vieja carpa de ese circo de mala muerte, desvencijado y con más probabilidades de desaparecer en algún camino perdido que de alcanzar las grandes marquesinas. Pero la ovación tampoco conmovió al payaso, que permaneció en silencio mientras duró, tan solo moviendo sus ojos entre los rostros de los espectadores, esperando que el aplauso cesara sin el menor gesto de agradecimiento. Y esperó un minuto, dos, tres. Hasta que el último espectador se cansó de aplaudir y volvió a su asiento. Y entonces los volvió a mirar. Tranquilo. Sin gestos. Y cuando hubo recorrido todos los rostros de los espectadores dejó pasar unos segundos más en silencio y entonces sí, apenas abrió la boca y con voz pausada pero firme dijo:
-Hoy no. Hoy no voy a hacer chistes, ni bromas, ni muecas. Hoy no hay gracias. Pero ojo, tampoco hay lamentos. No voy a conmoverlos. No voy a divertirlos. No voy a sensibilizarlos. Hoy no.
Y volvió a callar. Por un instante que se hizo largo la sorpresa y el silencio se adueñaron de la pista, pero otra vez sonó la risita nerviosa de la joven de la fila cinco y las carcajadas de todos descomprimieron la situación, volviendo todo a la normalidad. Todo excepto el payaso, que permaneció impasible en medio de la pista, sin mover un solo músculo, esperando que todo termine. Y esperó un minuto, dos, tres. Hasta que, de a poco, las risas fueron mermando hasta cesar definitivamente. Y esta vez no hubo aplauso. No pareció tampoco que el payaso lo deseara. No. Una leve incomodidad fue creciendo entre la gente, que se empezó a mover en sus sitios y a mirar al payaso con inquietud. Hasta que un hombre calvo de la segunda fila dijo:
- Pero, sos un payaso…
- Sí.- contestó el payaso
- Entonces tenés que hacer payasadas, actuar, hacer muecas, divertirnos
- No, hoy no.
- Pero eso es lo que hacen los payasos…
- Puede ser, pero yo no. Hoy no.
- Entonces que venga otro.- dijo una mujer de la fila cuatro
- No. Esta es mi función y no hay otro payaso. El payaso de este circo soy yo.
- Vos no sos el payaso. – gritó un joven de la fila seis. Y en seguida varios se hicieron eco.
- ¡Es cierto, no es el payaso. El payaso es más alto, yo lo vi varias veces! Gritó otro joven de la primera fila.
- Sí, y es muy gracioso, dijo la mujer de la fila cuatro.
- Eso, que se vaya el impostor.- se escuchó desde el fondo.
- Nos está engañando, ¡que se vaya! ¡Estafador!
Pero el payaso no se daba por aludido. Tranquilo, sin hacer ningún esfuerzo, dijo
- No es cierto, yo soy el payaso. No soy más alto. Soy así como me ven. Y estoy acá desde hace más de veinte años, todas las funciones. Desde que empecé como ayudante del gran Cachafaz cuando era casi un nene hasta hoy, que vinieron ustedes. Yo soy el payaso, pero hoy no hago nada de todo eso. Hoy no.
- ¡Ese no es el payaso! ¡Que se vaya!
- ¡Eso, que se vaya!
- ¡Sí, sáquenlo de la pista!
- ¡Nos quiere arruinar el día!
Y una bolsa con pochoclo cayó a dos centímetros de donde estaba parado el payaso, que no se movió. Y otra bolsa, y otra más. Hasta que un vaso de Coca a medio tomar impactó de lleno en la frente del payaso y el líquido corrió su maquillaje mientras resbalaba por su cara. Dos muchachos que estaban en la fila siete se levantaron de sus asientos y saltaron a la pista con sendos vasos que vaciaron sobre la cabeza del payaso. Pero aun entonces el payaso tampoco hizo ningún gesto y se limitó a mirar a los espectadores y repetir
- Hoy no. No voy a hacer nada.
Los jóvenes le arrancaron la falsa nariz y los mechones de pelo violeta. Tres hombres y dos mujeres más se sumaron y empezaron a borronearle todo el maquillaje, que ya era una mancha informe sobre una cara inexpresiva. El payaso no se inmutó. No intentó defenderse. Sólo miraba a sus agresores, su público, con los mismos ojos vacíos. Y entonces voló la primera trompada sobre el rostro multicolor. Y luego otra y otra y otra. Y finalmente una lluvia de golpes y patadas se descargaron sobre el payaso que seguía sin moverse. Cual si fuera un muñeco de felpa, sólo se sacudía ante los golpes. Y fue en ese momento que alguien golpeó su cabeza con una silla. Y no pasó como en las películas. No. La silla no se rompió, pero de la cabeza del payaso empezó a brotar abundante sangre mientras caía como una bolsa de papas. Y allí quedó tendido, en medio de la arena mientras el público se alejó lentamente.



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