Trabajo con una rata. Tiene la cara en punta, los bigotes finitos, la nariz triangular y los dientes del maxilar superior salientes. No todos, sólo las paletas, ligeramente torcidas y siempre escapando por entre sus labios que se estiran en una sonrisa fácil. Esa sonrisa ayuda para que muchos la confundan y crean que es un hámster o una ardilla, pero es una rata, qué duda cabe. Los que la confunden compran su afabilidad instantánea y la pose inofensiva, su chiste fácil, las anécdotas repetidas acerca de sus viajes y noches por el mundo, esas historias de grupos que nunca duran, de búsquedas sólo turísticas y fotos intencionadamente extrañas. Tiene ese carisma que la hace parecer un hámster, una ardilla, pero es una rata. Debajo de las pieles importadas, debajo de los vestuarios falsamente descuidados, debajo de los looks construidos con años de imitación de personalidades admiradas no hay otra cosa que un espantoso, sucio y ruin pelo de rata. Y no es la cola lampiña lo que la distingue...
No importa quién seas. No importa qué hiciste. Son sólo los textos, las palabras.