Era un escaparate brillante. Incluso desde muy lejos atraía las miradas tanto como a los insectos en verano. Debía tener por lo menos unas cuatrocientas luces de todos tipos. Las había puntuales y difusas, blancas y de colores. Siempre había sido brillante, desde el mismo momento de la inauguración allá lejos y hace tiempo, como le gustaba decir a mi tía. No serían cuatrocientas en ese entonces, pero seguro que también eran muchas. Cada temporada se renovaban junto con los productos exhibidos, buscando la mejor manera de atraer a los paseantes. Cuando llegó la época del movimiento las luces alcanzaron su esplendor. Se encendían en secuencias perfectamente sincronizadas, formando un ballet de colores que obligaba a la gente a detenerse a contemplarlo, sin importar si en la calle hacía frío o calor. Incluso hay quienes afirman haber visto muchos paseantes detenerse aún bajo la lluvia para contemplar la danza de las luces de colores de la tienda. Un día bajaron las ventas. El jefe de ven...
No importa quién seas. No importa qué hiciste. Son sólo los textos, las palabras.