Como sueño casi es redundante. Soñar que uno está soñando no tiene demasiada gracia. Casi ni vale la pena perder el tiempo ni desperdiciar la fantasía. Y encima soñar que sueño con la oficina y el gordo José (que es flaco pero es el gordo) que se ríe y dice que no labura más es directamente decepcionante. Aquiles Filicelli untaba mecánicamente su segunda tostada de salvado. Eran las siete cuarenta y cinco y a las siete cuarenta y ocho debía finalizar su desayuno que, como siempre, había consistido en una taza de mate cocido y dos tostadas casi quemadas servido en la soledad de la cocina de su dos ambientes. Siete cincuenta y siete estaría tomando el subte y ocho y doce llegaría a la oficina (sabido es que el jefe nunca llegaba antes de las ocho y veinticinco). Hacía doce años que cumplía estrictamente con este ritual y se enorgullecía de que el señor Martuchi nunca hubiera llegado antes que él. Esto no era lo único que enorgullecía a Filicelli. A decir de todos (y por supuesto del se...
No importa quién seas. No importa qué hiciste. Son sólo los textos, las palabras.