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El tesoro

Dragón y montaña eran uno solo. Habían pasado tantos años desde que el dragón se instalara en la cueva de la cima que los habitantes de las villas vecinas ya no recordaban a una sin el otro. Al principio su llegada causó terror. El día que el dragón llegó con su tesoro y sus alas enormes cubrieron el cielo la villa tembló. La oscuridad llegó en pleno día. El viento dejó de soplar. Los pájaros huyeron del cielo mientras que el ruido poderoso de las alas batiendo el aire se adueñaba de todo. Nadie sabe a ciencia cierta cómo trajo el tesoro. Es que nadie se animo a mirar hacia arriba. Tanto era el miedo que producía el batir de sus alas y la oscuridad que todo lo velaba... Nadie sabia tampoco cómo era exactamente el tesoro, nadie lo había visto depositarlo en el fondo de la caverna, pero las historias del pueblo hablaban de miles de monedas de oro, montañas de joyas, armaduras labradas en mágicos metales, finísimos vestidos hechos con las más ricas telas, y sobre todo, hablaban de un mist

El tedioso sueño del señor Filicelli

Como sueño casi es redundante. Soñar que uno está soñando no tiene demasiada gracia. Casi ni vale la pena perder el tiempo ni desperdiciar la fantasía. Y encima soñar que sueño con la oficina y el gordo José (que es flaco pero es el gordo) que se ríe y dice que no labura más es directamente decepcionante. Aquiles Filicelli untaba mecánicamente su segunda tostada de salvado. Eran las siete cuarenta y cinco y a las siete cuarenta y ocho debía finalizar su desayuno que, como siempre, había consistido en una taza de mate cocido y dos tostadas casi quemadas servido en la soledad de la cocina de su dos ambientes. Siete cincuenta y siete estaría tomando el subte y ocho y doce llegaría a la oficina (sabido es que el jefe nunca llegaba antes de las ocho y veinticinco). Hacía doce años que cumplía estrictamente con este ritual y se enorgullecía de que el señor Martuchi nunca hubiera llegado antes que él. Esto no era lo único que enorgullecía a Filicelli. A decir de todos (y por supuesto del se

Series

Una idea que me llena de rechazo es la de la clonación. Imagino cientos de Fernandos iguales a mi, repitiendo uno a uno mis aburridos gestos y no puedo soportarlo. Cientos de Fernandos tomando su taza de té a sorbos pequeños. Cientos de manos mojando el pan en la salsa y manchando las remeras. Cientos de rodillas defectuosas, soportando con resignación cientos de kilos excedidos. Imagino su aliento por las mañanas, su mal humor después de las siestas, sus esposas clonadas reprochando por cientos las mismas faltas al mismo tiempo. Imagino cientos de laringes roncando en la misma noche, cientos de bocas babeando cientos de almohadas. Imagino a todos los clones juntos en la misma casa, moviéndose al unísono, hablando con las mismas palabras, llenando habitaciones con figuras seriadas que no dejan espacio, que sofocan, que quitan el aire y se quejan por no poder respirar. Imagino la fila con cientos de Fernandos esperando su turno para ir al baño, las caras de dormidos, los ojos con lagaña

El Alambre

- No debo pensar que el alambre mide apenas una pulgada de diámetro. No; es más ancho que la 9 de Julio, sólo que yo quiero caminar justo por el medio. Eso, soy yo el que quiere caminar justo por el medio, pero el alambre es ancho, bien ancho. A ver, un paso corto...ya está, justo por el medio, mirá que soy caprichoso, ¿eh?. Otro paso, pero no tan corto, a pasos más cortos, camino más largo, je. Otro más, cuando termine con esto me dedico a escribir frases célebres, a pasos más cortos, caminos más largos, je , soy un poeta...Otro paso más, vamos que ya estoy avanzando. Están todos callados...mmm, me parece que están más asustados que yo. Si, están mucho más asustados que yo. Otro paso. ¿Cómo van a estar más asustados que yo, que soy el que se va a caer de treinta metros de altura y sin red? La boca se te haga a un lao’! Ni mencionar esa palabra maldita. Huy, murmullo, se dieron cuenta que dudé. ¡Guachos! cómo les gustaría que...No, ni pensarlo. Otro paso. Tranquilo, tranquilo, mente en

Cuentito

Esta es la historia de la Princesita Cantora, que vivía obsesionada por encontrar la forma de adueñarse del tiempo. Ella decía (se decía) que si manejaba el tiempo nunca perdería el ritmo y sus canciones serían las más perfectamente bellas que hubieran existido jamás. Pero todos sabían (sabíamos) que la Princesita Cantora quería dominar el tiempo para asegurarse que la amaran eternamente, sabido es que sólo puede asegurarse la eternidad quien es dueño de prolongar o acortar los instantes. Y no es que no hubiera quien la quisiera en la comarca, ni que el príncipe no le jurara su amor todas las mañanas y algunas tardecitas a la hora de la siesta; ocurría que la princesa pensaba que era profundamente injusto que su felicidad dependiera de la caprichosa duración de los momentos. - Si soy feliz en este instante, quiero que este instante dure para siempre.- solía decirse en sus momentos de alegría, cuando cantaba para el príncipe o para alguno de sus cortesanos. Y sucedió que un día llegó